domingo, 22 de abril de 2012

Tenemos que hablar de Kevin (Lynne Ramsay, 2010)

Adaptación de la novela de Lionel Shriver, "Tenemos que hablar de Kevin" es una de las películas más perturbadoras de los últimos años. Un film que rompe de forma valiente y arriesgada tabús y que nos hace pensar y plantearnos muchas cuestiones
     Brillantemente dirigida, cuenta diacrónicamente la historia de una mujer marcada, en lo personal  y en lo social. De manera que no hay pasado, ni presente ni futuro, sino sólo un acto horrible, al que la película irremisiblemente nos arrastra, así  como sus antecedentes y consecuencias, no menos perturbadores. Ramsay maneja de manera magistral los cambios temporales y el simbolismo para prefigurar los hechos, dentro del cual ocupa un lugar destacado el color rojo. A pesar de lo terrible de su contenido, su estilo  no está exento de una belleza a menudo inquietante  y onírica, aunque sea en forma de pesadilla. La banda sonora, magistralmente escogida, actúa como contrapunto idílico que refuerza aún más el carácter horrible de la realidad, y que sirve a la directora para exponernos desnudamente a los hechos, frente a los tópicos que continuamente nos inventamos y creemos para negárnoslos.
          La historia es una terrorífica fábula sobre como la maternidad puede vivirse como maldición, y de cómo negar la realidad y evadirse de ella puede ser el atajo que nos conduzca de manera más rápida a sufrirla en su forma más desviada y monstruosa; de cómo la incomunicación y la falta de atención y cariño pueden ser el origen del odio; de las consecuencias irreparables de nuestros actos como adultos sobre la frágil e imborrable mente infantil; de como el desamor puede incubar un peligroso y terrible virus cuyas consecuencias muchas veces no podemos ni siquiera imaginar; de que, frecuentemente, cuando aprendemos a querer ya es demasiado tarde; y de cómo el infierno es a la vez íntimo y social, pues la sociedad es superficial, despiadada e incapaz de perdonar, castigando a los hijos en los padres. 
        En la película destacan las interpretaciones de Tilda Swinton, soberbia como madre víctima y verdugo a la vez y de Ezra Miller, su impenetrable e inquietante hijo, reflejo amplificado y deformado de todos sus errores.
       Una película soberbia. Verla es duro e incómodo, pero también imprescindible.

1 comentario:

  1. Si la película transmite la mitad de lo que transmites tu escribiendo, merecerá la pena. Aúnque no me gusta mucho ver películas para pasarlo mal, por que me suelo meter en la historia y acabo descompuesta, tras ver una película así. Pero si es imprescindible habrá que verla. Muchas sensaciones me han invadido al leer tu crítica, orgullo;por lo bien que escribes, alegría; de que estes tan entregado a este blog que me gusta tanto, congoja; por la historia que narra la película, y miedo; pero esta sensación ya te la comentaré. Enhorabuena, muy buena crítica.

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