viernes, 6 de abril de 2012

El árbol de la vida (Terrence Malick, 2010)


“¿Dónde estabas tu cuando cree el mundo?” Con esta frase del libro de Job empieza “El árbol de la vida”, título por cierto también bíblico y que hace referencia al Edén y a la vida eterna. No es casualidad que la película de Terrence Malick empiece con esa frase, y si sabemos mirar veremos que nos da bastantes indicaciones sobre el tono e intenciones del cineasta.
            El árbol la vida es una obra monumental, no en el sentido extenso (ni el metraje es excesivo ni se trata de una mega producción), pero si en el sentido intenso. Es decir, en cuanto a la profundidad y trascendencia de lo que nos cuenta. Hay películas que se miden con su propia época y que “compiten” con las que se han realizado el mismo año. Hay otras que se miden con la posteridad y que serán objeto de estudio y reflexión durante decenios. Son muy pocas y son las que se consideran obras maestras absolutas. Me atrevo a decir que “El árbol de la vida” forma parte ya de este selecto segundo grupo.
            A menudo se ha dicho que mientras la mayoría de los cineastas ruedan en prosa, Malick lo hace en verso. No estoy de acuerdo con está afirmación. Sería correcta tal vez aplicada a Andrei Tarkovsky, pero no a nuestro autor: Malick no es un poeta del cine: es un músico del cine, y eso es algo que lo hace único. Sus secuencias son auténticas coreografías de vida, basadas en la luz y el movimiento, bellas aunque narren hechos tristes. Al igual que la música no puedes conceptualizar lo que te está contando, pero sí sentirlo en la más hondo del ser. Es concreto y abstracto a la vez, lo dice todo sin referirse a nada en particular. Los personajes son arquetípicos en el sentido que son universales. El padre, uno de las figuras centrales de la película (interpretado por Brad Pitt), no es un padre: es EL padre o incluso podríamos decir La Paternidad. Entiéndase que estoy hablando en términos humanos, no divinos, que también tienen su sitio en esta película.
            Lo que más me sorprende de Malick es su capacidad para remontar los hechos cotidianos, trascenderlos y hacerlos partícipes del propio ser de Dios, donde tienen su origen. Dicho de otro modo cuando habla de Dios lo está haciendo del hombre y viceversa, y todo ello sin recurrir a milagros, revelaciones  y otros atajos típicos. Malick  ve a Dios en los acontecimientos  cotidianos, y su inmenso talento le permite plasmarlo sin aparente esfuerzo, como si fuera algo natural en él, lo que constituye toda un Teología de la Creación… y además sin rastro de cerebrismo o pedantería (de nuevo otra diferencia con Tarkovsky). El cine de Malick, pese a su profundidad, no requiere explicaciones externas, se explica a si mismo diafanamente. Pasa de la creación del universo al nacimiento de un hijo, de la evolución de la vida al desarrollo de nuestra identidad con total naturalidad, como si hubiera una continuidad perfecta entre ambas, lo que podríamos considerar el “credo de Malick”.
            A estas alturas muchos os estaréis diciendo…esta opinión es sobre “El arbol de la vida” o sobre el cine de Malick en general. Sobre ambos. “El árbol de la vida” es la película definitiva de Malick. Con esto no estoy diciendo que este gran artista no tenga nada más que decir, sino que es la película que de alguna manera estaba prefigurada en sus películas anteriores. En éstas “la esencia Malick” estaba diluida por una historia que había que contar, aparte de su mensaje profundo, ya fuera la conquista de América o la Segunda Guerra Mundial. En el caso de nuestra película el mensaje “malickiano” es la propia historia que se narra. En otras palabras, no es una película de Terrence Malick es LA película de Terrence Malick.
            No quiero terminar mi crítica sin hablar de su perfección técnica, de su maravilloso uso de la luz, del movimiento y de la música… todo ello pensado para transportarnos al interior de nosotros mismos, para llevarnos hasta Dios; y , al volver del viaje nos damos cuenta de que sin cambiar hemos cambiado.
Sin palabras.

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