“¿Dónde estabas tu cuando cree el mundo?” Con esta frase
del libro de Job empieza “El árbol de la vida”, título por cierto también
bíblico y que hace referencia al Edén y a la vida eterna. No es casualidad que
la película de Terrence Malick empiece con esa frase, y si sabemos mirar veremos
que nos da bastantes indicaciones sobre el tono e intenciones del
cineasta.
El árbol la vida es una obra
monumental, no en el sentido extenso (ni el metraje es excesivo ni se trata de
una mega producción), pero si en el sentido intenso. Es decir, en cuanto a la
profundidad y trascendencia de lo que nos cuenta. Hay películas que se miden con
su propia época y que “compiten” con las que se han realizado el mismo año. Hay
otras que se miden con la posteridad y que serán objeto de estudio y reflexión
durante decenios. Son muy pocas y son las que se consideran obras maestras
absolutas. Me atrevo a decir que “El árbol de la vida” forma parte ya de este
selecto segundo grupo.
A menudo se ha dicho que mientras la
mayoría de los cineastas ruedan en prosa, Malick lo hace en verso. No estoy de
acuerdo con está afirmación. Sería correcta tal vez aplicada a Andrei Tarkovsky,
pero no a nuestro autor: Malick no es un poeta del cine: es un músico del cine,
y eso es algo que lo hace único. Sus secuencias son auténticas coreografías de
vida, basadas en la luz y el movimiento, bellas aunque narren hechos tristes. Al
igual que la música no puedes conceptualizar lo que te está contando, pero sí
sentirlo en la más hondo del ser. Es concreto y abstracto a la vez, lo dice todo
sin referirse a nada en particular. Los personajes son arquetípicos en el
sentido que son universales. El padre, uno de las figuras centrales de la
película (interpretado por Brad Pitt), no es un padre: es EL padre o incluso
podríamos decir La Paternidad. Entiéndase que estoy hablando en términos
humanos, no divinos, que también tienen su sitio en esta
película.
Lo que más me sorprende de Malick es
su capacidad para remontar los hechos cotidianos, trascenderlos y hacerlos
partícipes del propio ser de Dios, donde tienen su origen. Dicho de otro modo
cuando habla de Dios lo está haciendo del hombre y viceversa, y todo ello sin
recurrir a milagros, revelaciones y
otros atajos típicos. Malick ve a Dios
en los acontecimientos cotidianos, y su
inmenso talento le permite plasmarlo sin aparente esfuerzo, como si fuera algo
natural en él, lo que constituye toda un Teología de la Creación… y además sin
rastro de cerebrismo o pedantería (de nuevo otra diferencia con Tarkovsky). El
cine de Malick, pese a su profundidad, no requiere explicaciones externas, se
explica a si mismo diafanamente. Pasa de la creación del universo al nacimiento
de un hijo, de la evolución de la vida al desarrollo de nuestra identidad con
total naturalidad, como si hubiera una continuidad perfecta entre ambas, lo que
podríamos considerar el “credo de Malick”.
A estas
alturas muchos os estaréis diciendo…esta opinión es sobre “El
arbol de la vida” o sobre el cine de Malick en general. Sobre
ambos. “El árbol de la vida” es la película definitiva de Malick. Con esto no
estoy diciendo que este gran artista no tenga nada más que decir, sino que es la
película que de alguna manera estaba prefigurada en sus películas anteriores. En
éstas “la esencia Malick” estaba diluida por una historia que había que contar,
aparte de su mensaje profundo, ya fuera la conquista de América o la Segunda
Guerra Mundial. En el caso de nuestra película el mensaje
“malickiano” es la propia historia que se narra. En otras
palabras, no es una película de Terrence Malick es LA película de Terrence
Malick.
No
quiero terminar mi crítica sin hablar de su perfección técnica, de su
maravilloso uso de la luz, del movimiento y de la música… todo ello pensado para
transportarnos al interior de nosotros mismos, para
llevarnos hasta Dios; y , al volver del viaje nos damos cuenta de
que sin cambiar hemos cambiado.
Sin palabras.
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