viernes, 6 de abril de 2012

Los ladrones de bicicletas (Vittorio de Sica, 1948)


Al poco tiempo de estrenarse, en 1952, los críticos del BFI (british film institute) eligieron esta película como la mejoreque se había realizado jamás. Si observáis la última lista, veréis que aunque se mantiene entre las 100 primeras ha bajado muchos puestos. Sin embargo, si en lugar de ver la lista elaborada por los criticos, véis la de los directores (que a mi entender son los que mejor conocen el oficio) os daréis cuenta que sigue entre las 10 primeras (concretamente la sexta). Me amparo en tan insigne autoridad por si alguien tiene la tentación de considerarme exagerado. "Los ladrones de bicicletas" es una auténtica maravilla, una de las cumbres del cine y del arte del siglo XX.
       En los últimos años la cultura italiana ha sufrido un grave proceso de degeneración (que yo llamo "berlusconización) que hace que la asociemos a zafiedad, cutrerío y chabacanería. Pero puede que nunca haya habido un pueblo con tanta sensibilidad por la belleza, empezando por su propio idioma, como muestran "La divina comedia", los pintores y arquitectos del renacimiento italiano, las esculturas de Miguel Ángel, el "bel canto"... Digo esto porque, aunque no pueda afirmar que "Los ladrones de bicicletas" sea la mejor película, si puedo decir que es la más hermosa que he visto nunca.
      Su belleza no es impuesta. En ningún momento se aprecia esfuerzo por conseguirla, sino que se desarrolla tan naturalmente que apenas somos conscientes de ella. Es como la de los cuadros renacentistas: sencilla, serena, natural... como perteneciente al mismo orden de las cosas. Si la cumbre del arte es que éste no se aprecie, como el bailarín que ejecuta los movimientos más exigentes con una sonrisa y como si le fueran intrínsecos, entonces podemos considerar que esta es una obra cumbre.
    En su visionado no somos conscientes del trabajo de su director, de la interpretación de sus actores, de su guión; simplemente somos llevados de las manos de los protagonistas, unas veces el padre y otras veces el hijo, en su agónica busqueda de la bicicleta robada, compartiendo su impaciencia, su frustración, su dolor. Lo cotidiano está tratado con tal humanidad que adquiere la categoría de parábola evangélica. Y es que a través de una historia sencilla, se nos habla de toda la humanidad sufriente e injustamente tratada.
      No quiero terminar sin comentar algo sobre su influencia en el cine posterior. Esta obra está en las antípodas de lo "holywoodiense", que es grandilocuente, articioso, barroco. Es una película con el minimalismo del documental. Su influencia sobre el cine posterior (Bergman, Pasollini, Tarkovsky, nouvelle vague francesa,...) es evidente; y no sólo sobre el europeo: el nuevo cine americano que eclosionó en los 70 también es heredero suyo.

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