lunes, 15 de diciembre de 2014

Gone Girl (David Fincher, 2014)

Pocas trayectorias en el cine reciente son comparables a la del estodounidense David Fincher. Proveniente del mundo del videoclip, y tras su fallido debut con "Alien 3", nos dejó a todos boquiabiertos con estremecedora "Seven", uno de las mejores películas de intriga de todos los tiempos. A los que creíamos que era flor de un día, nos volvió a sorprender con la genial "El Club de la Lucha", film con un registro visual y narrativo muy alejado de su primera obra maestra. En su envidiable carrera, todavía ha tenido la oportunidad de firmar otras dos joyas, como "Zodiac", originalísima muestra de como deconstruir un determinado género, el policiaco, y de como se puede mantener la tensión y la atención del público, con una trama que en lugar de avanzar, gira y gira sin llegar a ninguna parte, y "La Red Social", una revisión en clave 2.0 de "Ciudadano Kane".
  "Gone Girl" es una película valiente y original, que vuelve a mostrar el increíble talento de Fincher, para atrapar en imágenes cualquier historia, ya sea plana o truculenta, cotidiana o excepcional, y sumergir en ella al espectador. Sin embargo es una película que empieza mejor de lo que termina y promete más de lo que ofrece. 
    Escribir una crítica de este film es tan estimulante como difícil. Por un lado, sus innumerables virtudes son eclipsadas por un único defecto. Por otro, la película exige que el espectador para disfrutar (más o menos es otra cuestión) de ella no sepa nada sobre su desarrollo. Así que de nuevo nos vemos ante el desafío de decir sin contar.
   Existe cierto paralelismo entre "Gone Girl" y "Zodiac". En ambos casos el deseo de subvertir un género, manteniendo las piezas, pero cambiando el orden, para retar y desconcertar al respetable. Si en "Zodiac" esta travesura se hacía con el policíaco, en la presente se hace con el suspense. A su vez, hay un elemento común al que se recurre, la distancia. Pero si en "Zodiac" esta distancia connotaba objetividad, y nos ponía en la piel de los  policías y periodistas, en sus inútiles esfuerzos por averiguar la identidad del asesino, y nos hacía complices de su cansancio y su impotencia; en "Gone Girl" esta distancia solo provoca frialdad, y finalmente un hastío, al contrario que el de "Zodiac", no pretendido.
    Es curioso como el mismo recurso puede producir efectos tan distintos según la obra. La clave de la empatía en Zodiac es la clave de su total ausencia en "Gone Girl". No dudo de que esta frialdad haya sido premeditada, como no puede ser de otra manera con tan buenos director y guionista. Pero en su ejercicio de la, tan de moda, Entomología Humana... O lo que, es lo mismo, descripción de los personajes y situaciones como si fueran criaturas y hechos con las que cabe simpatía, se les ha ido de la mano, y lo que se pretendía distanciado se ha hecho ajeno.
   No niego las virtudes de la película, como su intachable puesta en escena o su capacidad para dar la vuelta a todos los tópicos del género. Sin embargo, a medida que la veía mi interés por la historia fue decayendo, por algo tan "primitivo" como mi incapacidad para simpatizar con cualquiera de los personajes. Realmente me sorprendió ver en una película tan americana un defecto tan europeo. A Fincher no le ha salido bien jugar a ser Haneke, ya que ni al propio Haneke le sale.
    Con un mínimo de cariño hacia alguno de sus personajes, la película hubiera sido magnífica, como lo fue la mucho menos pretenciosa "Prisioneros", que con materiales más humildes construye un edificio mucho más noble.
    Me aburren las historias que describen a los seres humanos como insectos. Hubo un filósofo que dijo "nada de lo humano me es ajeno", yo me atrevo a parafrasearlo diciendo "me es ajeno lo que no es humano".
    

domingo, 19 de octubre de 2014

The Equalizer (Antoine Fuqua, 2014)

La pareja Fuqua-Washington me proporcionó buenos e intensos momentos en "Training Day"(2001). De todas las interpretaciones de este magnifico actor, la del corrupto policía Alonzo es mi favorita. Por otro lado, el director Fuqua mostraba una gran capacidad para crear y mantener la tensión de la escenas y en general de la película. 
    Desde mi punto de vista, dos elementos claves para lograrlo, en este tipo de películas es lo que yo denomino principio de ambigüedad y de realismo. Me explico, la ambigüedad es eficaz porque transfiere la incertidumbre del personaje al espectador. Una de las claves de "Training Day", es que junto con el genial Ethan Hawk, el sufrido compañero de Alonzo, nosotros no sabíamos que pensar de éste ¿era un despiadado policía corrupto, o un justiciero pasado de revoluciones? Lo que sí es una condición necesaria en estas películas es un mínimo realismo, para que suframos y dudemos en los momentos en los que la cosa pinta negra.
    Fuqua, un director que yo considero muy capaz de hacer buenas películas, desprecia absolutamente estos dos principios que tan bien había utilizado antes. No hay ni incertidumbre ni realismo. Desde el principio, el justiciero protagonista se muestra como una especie de superhombre capaz de acabar, desarmado y sin despeinarse (y no lo digo por que esté rapado), con cuantos mafiosos rusos se le pongan por delante. Es cierto, que las escenas de acción están bien filmadas, pero eso por sí mismo no basta: la primera sorprende, pero a partir de ahí se van volviendo rutinarias, hasta llegar a ser aburridas, e incluso caricaturas de sí mismas al final.
    Por otro lado, el otro pilar de la narración: la identidad del misterioso protagonista, falla estrepitosamente. Esta película tiene uno peores de "hombres sin nombre", que conozco: un cruce entre un "Old Boy" (políticamente correcto, eso sí) un monitor de autoayuda y vida saludable  y un animador a la lectura. El personaje es absolutamente plano, lo que es aún más imperdonable si se tiene a un actor como Washington. 
    Antoine Fuqua lo tenía fácil. Podría haberse inspirado en "Una Historia de Violencia", de David Cronenberg, o en "Drive", de Winding Refn, magníficos ejemplos ambos, o, incluso, en sus anterior "Training Day", en la serie de Jason Bourne. Sin embargo, inexplicablemente parece haber seguido como modelo una versión desnaturalizada y "para todos los públicos" del cine de acción surcoreano.
   Todo esto no quita que la película se deje ver.... En general, aunque no termine de entretener, tampoco termina de aburrir, salvo cuando Fuqua se pega el tiro en el pie y se marca uno de los peores usos de la cámara lenta y del tiempo congelado que he visto.

domingo, 12 de octubre de 2014

Katyn (Andrzej Wajda, 2007)

Hay películas que recomiendo ver y otras que pienso que es necesario ver. "Katyn" es una de ellas. 
   Lo que a continuación viene no es una de mis habituales "críticas", sino una breve reseña que he escrito en el portal fimin.es (en mi opinión, lo mejor que Internet ha dado a los cinéfilos hispanohablantes) tras verla. A veces menos es más, y creo que estas pocas palabras expresan lo suficientemente bien todo lo que esta película me ha dicho.
     Magnífica película, necesaria para conocer unos de los episodios más ninguneados y estremecedores de la Segunda Guerra Mundial. Magistral uso del tiempo y de las diferentes perspectivas. Humana y alejada de cualquier ideología: las ideas siempre palidecen ante los hechos, por mucho que algunos se resistan a aceptarlo. Uno de los finales más desgarradores que conozco. Su sobriedad está en las antípodas de la frialdad. Maravillosa banda sonora de Penderecky.
De obligada visión para cualquiera con un mínimo sentido de la justicia y de la dignidad histórica y humana.

Líbranos del Mal (Scott Derrickson, 2014)

En mi humilde opinión, como aficionado al cine de terror, Scott Derrickson era el candidato a mejor director de género, tras la notable "El Exorcismo de Emily Rose" y la sobresaliente "Sinister". Definitivamente, lo demuestra como su última película.
   "Líbranos del Mal" es una original revisión del cine de posesiones, al mismo tiempo que una genial, mezcla de los géneros policial y de miedo; una especie de combinación entre "Se7en", "El Exorcista" y "Sinister". Como en sus anteriores películas, Derrickson demuestra una gran maestría a la hora de crear atmósferas insanas, donde el mal siempre está presente, sin llegar a manifestarse claramente, lo que lo hace aún más terrible, y donde es muy difícil separar lo natural de lo sobrenatural o preternatural, que conduce a una sensación de irrealidad, donde es difícil distinguir lo que está pasando de lo imaginado. Está difuminación  entre verdad y ficción, lo humano y lo sobrehumano, la realidad y la pesadilla, la cordura y la locura, es precisamente lo más terrador. Edgar Allan Poe dominó comprendió como nadie esto: nada da tanto miedo como la mente humana. Con matices, Derrickson parece ser el único dierctor contemporáneo que lo entendido y aplicado: el espectador debe padecer la misma incertidumbre que el protagonista. Lo logró con "Sinister" y lo ha vuelto a lograr con "Líbranos del Mal".
    Otra de las claves, como ya dije en la critica de su anterior película, es el cuidado de los personajes, que en la mayoría de las películas de miedo sólo son autómatas que corren, gritan y mueren. "En Líbranos del Mal", sus dudas, flaquezas, problemas son parte esencial, por no decir, la esencial de la historia. Es cierto, que el retrato del protagonista no alcanza la perfección que en "Sinister", en gran parte debido a que la complejidad de la trama no permite dibujarlo tan bien. 
   Por otro lado, en esta película, Derrickson parece haber ampliado su arsenal de rescursos visuales, y se muestra como un aventajado discípulo de David Fincher. El uso de la cámara lenta, de los primeros planos, de la difuminación, ... es inquietante e hipnótico, como lo es su uso de la música de la banda The Doors, uno de los hilos de la narración y a la que debemos momentos realmente intensos y memorables.
    ¿Qué decir? Que nos encontramos ante la mejor película de miedo desde "Sinister", muy por encima de la sobrevalorada "The Conjuring", y que ningún aficionado al género se puede perder, si bien me atrevo a recomendarsela al resto de espectadores.¡A pasarlo mal!, quiero decir ¡bien!

     

 
      

jueves, 7 de agosto de 2014

Beatus Ille (Antonio Muñoz Molina - Novela)

Antonio Muñoz Molina es un autor que me gusta. He leído cuatro libros suyos: Beltenebros, Plenilunio, La Noche de los Tiempos y el que aquí nos ocupa. Junto con Javier Cercas es mi escritor español actual favorito. Creo que en esta novela, cuya primera parte se me hizo muy cuesta, aunque luego mejoró, le puede el virtuosismo. Abunda excesivamente en descripciones interminables e innecesarias. La novela mejora, y mucho, cuando el escritor se olvida del ejercicio de estilo, y se centra en los aspectos morales y, en general, humanos de sus personajes. Aquí Muñoz Molina demuestra ser una persona de una gran sensibilidad y agudeza, capacitado para bucear por los oscuros entresijos del corazón del hombre. Sin embargo, éstas perlas se encuentran muy de vez en cuando, y en el libro, hay mucha más pompa que sustancia. El hecho de que esté ambientada en los años de la guerra civil tampoco ayuda. La verdad este tema me cansa. Con frecuencia, leo, a modo de excusa, que aunque sea su marco no es su tema principal, y que se eligió éste como podría elegirse cualquier otro. Lo dudo mucho, Un escritor no toma una decisión de este tipo a la ligera, y la guerra civil es una parte sustancial de la obra, que carecería de sentido en cualquier otro contexto.
    Muñoz Molina intenta en Beatus Ille lo mismo que en Plenilunio: trascender las etiquetas... Aunar literatura "grande" con literatura "de género". Con una diferencia, Plenilunio es una obra maestra que lleva la novela negra a otro nivel. En cambio, Beatus Ille fracasa en su intento de ser una mezcla entre Dostoyevsky, Agatha Christie, y (en fin) un libro sobre la guerra civil. El ritmo es lento, la trama típica y la narración confusa. Además la introducción del elemento erótico-amoroso es odiosa. No aporta nada a la historia, no viene a cuento, adquiere un tono más propio de un libro que aspire al premio La Sonrisa Vertical, y está muy manido. ¿es que todavía seguimos con el tópico de que todo quijote necesita su dulcinea? Siempre me han gustado los héroes solitarios. 

lunes, 4 de agosto de 2014

Locke ( Steven Knight, 2013)

Siempre he pensado que, en términos literarios, el cine suele dar lo mejor de sí cuando se acerca más al cuento que a la novela. Sin embargo, posiblemente por el mayor prestigio de la segunda, el relato largo ha sido con mucha más frecuencia fuente de inspiración para los cineastas que el relato corto. 
    Si nos paramos a pensar, una película con un metraje razonable, digamos de hasta unas dos horas y media, dificilmente tendrá la posibilidad de desarrollar extensamente sus personajes y situaciones, como lo hace una novela de, al menos, trescientas páginas. Podríamos discutir mucho y muy profundamente sobre los diferentes lenguajes, el cinematográfico y el literario, sobre sus características, virtudes y limitaciones. Desde luego no es mi intención. Lo que quiero decir, en resumen, es que, al querer verse reflejado en la "gran" literatura, el cine se ha encontrado siempre con una barrera infranqueable: el tiempo.
    En cambio, los cuentos son un modelo, en principio más idóneo para las películas. Concisos, breves, alegóricos y más directos que las novelas, lo que no pueden lograr de forma extensiva, si pueden hacerlo de manera intensiva.
   Locke es un gran ejemplo de "cuento" cinematográfico. Una original película que se desarrolla con un único personaje físico, en los escasos metros cúbicos de un automóvil y, prácticamente, en tiempo real. A la manera, de la maravillosa "Duel" de Spielberg, esta pequeña joya británica aplica el principio, que tan bien suele funcionar en el cine de "menos es mas", en las antípodas del artificio y pretensiosidad que caracteriza, tanto a las películas "comerciales" como a las "intelectuales". Una obra que tiene el mérito de concentrar en un viaje la esencia de una vida, y al que le bastan apenas hora y media para retratar en toda su complejidad un personaje. Y de la que se puede sacar una lección: no hay mejor manera de mostrar la interioridad que mediante la sobriedad exterior.
    No quiero despedirme sin dos pequeños apuntes. Primero, quitarme el sombrero ante Tom Hardy, que lleva sobre sus hombros todo el peso de la narración. Segundo, destacar lo bien que suelen llevarse, cine, automóviles, carreteras y eléctricos paisajes urbanos nocturnos, como nos han mostrado, el ya citado, Spielberg, Michael Mann o Winding Refn, a los que ahora se suma Steven Knight. La química entre todos estos elementos no deja de sorprenderme... tal vez se deba a que todos son hijos de la Revolución Industrial. En cualquier caso, no dejéis de ver esta película.
    ¡Feliz Agosto!

lunes, 21 de julio de 2014

Post Tenebras Lux (Carlos Reygadas, 2012)

En mi humilde opinión, Post Tenebras Lux es un ejemplo perfecto de la razón del divorcio entre crítica y público en el cine de los últimos años. Cualquier espectador sensato, únicamente verá una ausencia casi total de argumento, un desprecio absoluto por cualquier coherencia narrativa y, en definitiva, un aburridísimo e infumable bodrio que dura dos eternas horas. Sin embargo, el sesudo crítico verá un ejercicio estilístico de un artista muy personal, una exploración de las capacidades expresivas del sétimo arte,... En resumen, una obra maestra, cuyo aprecio está reservada una élite que ha educado sus gusto tras un largo, esotérico y sacrificado ejercicio de iniciación.
    No soy yo quien va a negar la necesidad de educar el gusto. Un espectador joven promedio se sentirá más cerca de una película como Transformers que de cualquiera de la obras de Dreyer, Mizoguchi o Bresson, como simpatizará más con la música de Miley Cyrus que con la de Beethoven. Pero de ahí a intenta hacer que el personal comulgue con ruedas de molino hay un trecho.
    He visto infinidad de películas a lo largo de mi vida, he visto como mi gusto cambiaba de los héroes de acción de los 80 a los grandes maestros del cine. Me considero un espectador educado capaz de apreciar, aunque sea mínimamente el arte cinematográfico, y en esta cosa de Carlos Reygadas sólo he visto un insoportable ejemplo de la típica actitud que caracteriza al arte contemporáneo de: "yo soy el artista, el genio, y no tengo la obligación de explicarme,... eres tú mero y vulgar espectador el que me tiene que entender, aunque lo que diga no sean más que estupideces, o lo primero que me ha venido a mi real y genial gana", lo que consecuencia genera en el espectador "ilustrado" la típica actitud de "no he entendido nada y me he aburrido como una ostra, pero que tengo que convencer a los demás e incluso a mi mismo, de que he asistido a un ejemplo sublime de arte mayor, no sea que quede como un espectador inculto y ordinario".
    Lo siento, señor Reygadas. Durante un hora me esforcé en apreciar su arte. Me esforcé ver en sus interminables planos distorsionados un trascender el lenguaje cinematográfico común, en trocar su ausencia de argumento en un fiel reflejo del carácter caótico, impredecible y misterioso de la vida, en convertir las pésimas actuaciones en naturalidad... Pasado ese tiempo, mi cerebro se cansó de remar contracorriente. Su obra, y utilizo esta palabra como diminutivo de película, cuando normalmente la utilizo como superlativo, es una soberana tontería.
    ¿Cuando los brillantes críticos dejarán de comportarse como los hipócritas súbditos del cuento de Andersen y asegurar que el Emperador viste maravillosamente cuando que es evidente que está desnudo? Con su actitud le están haciendo al cine más daño que las superproducciones que tanto desprecian.

jueves, 29 de mayo de 2014

El Proceso de Juana de Arco (Robert Bresson, 1962)

Tuve el honor, en una de mis primeras publicaciones, de dar mi opinión sobre la Pasión de Juana de Arco, del maestro danés Carl Dreyer, una obra cinematográfica con mayúsculas. No suelo creer en las comparaciones, aunque a veces son convenientes. No se trata de un concurso en el que analizando pros y contras llegaremos a un vencedor. La realidad es compleja, y nuestro juicio no debe depender de contar los items cumplidos por una y otra. Si las comparo es para mostrar de que dos formas tan diferentes entendieron el cine dos genios absolutos, y como una misma historia puede abordarse bajo dispares puntos de vista, con maravillosos resultados en un caso y otro
     Si la obra de Dreyer tiene un marcado carácter patético y exaltado, de una religiosidad evidente (la exploración del rostro de Juana me recuerda al de los Cristos barrocos de mi querida Andalucía), Bresson toma un camino diferente. Fiel a su concepto del cinematógrafo (a él no le gustaba hablar de cine, pues lo consideraba un pseudoarte, una mera versión grabada y desnaturalizada del teatro) el rasgo dominante en la obra es la sobriedad. Bresson no utiliza la cámara como medio para contarnos una historia, sino como un ojo que es prestado al espectador para que el asista en primera persona a lo que está ocurriendo. 
    En un primer momento, el arte de Bresson, sobre todo si se compara con el de Dreyer puede parecer distante, frío, casi entomológico. Pero es precisamente ese distanciamiento el que permite que sean las imágenes y sonidos los que hablen directamente al espectador, prácticamente sin interferencias. El francés elimina en la película todo lo que es superfluo y puede distraer. No hay música, ni imágenes hermosas, ni siquiera actuaciones (a Bresson no le gustaba el término actores, sino que hablaba de modelos). Todo en la película es esencial, no falta nada, como tampoco sobra.
    En su absoluto minimalismo y contención, el proceso de Juana de Arco, es una obra inigualablemente conmovedora. La diferencia estriba, en que en lugar de buscar el sentimiento de forma fácil y estereotipada, inundando al espectador (aunque tal vez sería mejor decir, en el caso de Bresson, testigo), Bresson intenta presentar la verdad en su forma más desnuda y pura posible, para que poco a poco nos cale. Y, como en la fábula de la liebre y la tortuga, lo importante no es llegar rápido, sino llegar lejos, de forma que lenta y progresivamente la historia de la doncella de Orleans, se convierte delante de nuestros ojos, en una encarnación de la lucha entre la bondad del ser humano, inocente e indefenso, contra la maldad de la todopoderosa sociedad, con sus mezquinos intereses políticos y económicos. 

viernes, 28 de marzo de 2014

Kumonosu-jô (Akira Kurosawa, 1957)

No sé el título con el que se conoce esta película en España, ni siquiera  si llegó a estrenarse. En inglés se la tituló "Throne of Blood" (Trono de Sangre), aunque probablemente la traducción del original vendría a ser algo así como "El Bosque de la Telaraña". 
    No es ningún misterio, para los que estamos familiarizados minimamente con la obra del maestro japonés, la admiración que éste sentía por Shakespeare. Kurosawa también era un explorador de las profundidades del alma humana, y como el dramaturgo inglés, teje sus historias alrededor de las pasiones  fundamentales (envidia, arrogancia, poder, avaricia, valor...). La principal fuente de la que bebe Trono de Sangre es de MacBeth, la inmortal obra de Shakespeare sobre un valiente noble escocés que, cegado por el afán de poder y  condicionado por su viperina mujer, traiciona a su rey para usurpar el trono, lo que desemboca en una imparable espiral autodestructiva de culpa y miedo.
     Cualquiera que haya leído la sabe que los materiales son típicamente Shakespearianos: promesas que se vuelven maldiciones, lo irremediable del homicidio, la culpa que acorrala y acusa al asesino cuando más a salvo se siente, y, sobre todo, la inevitable distancia que crea el crimen entre quien lo comete y el resto de la humanidad, y cómo lo aleja definitivamente de sus semejantes, poseedor de un secreto horrible e inconfesable que lo recome sin remedio. Junto con Hamlet, tal vez sea MacBeth la obra más shakesperiana del propio Shakespeare. 
    Me imagino que revisar el trabajo de cualquier genio también sea una realidad de dos caras. Por un lado, se trabaja sobre seguro, pero por otro lo más probable es que no se tenga gran cosa que aportar.
    Trono de Sangre no es meramente una versión cinematográfica de la historia del vil y desgraciado noble escocés. Kurosawa proviene de una tradición muy diferente, y, siendo un genio como es, la recrea de una manera profundamente personal y fiel a un tiempo. El japonés se aleja del texto original. No consiste en poner en imágenes la obra original, sino de asimilarla y hacerla propia, de manera que se muestre al público de una manera inédita, sorprendente y, sobre todo, profundamente sincera. Escocia se ha sustituido por Japón, los nobles por samuráis, los reyes son señores de feudales, y las verdes tierras altas de Escocia son ahora agrestes, desolados y poderosos paisajes volcánicos. Pero lo fundamental es la traducción de un lenguaje literario a uno genuinamente cinematográfico. Kurosawa es y será uno de mis directores favoritos porque es uno de los artistas que más ha hecho porque el cine entidad propia, alejada de la del teatro o la literatura. Los típicos soliloquios shakesperianos no aparecen por ningún lado, no asistimos a dudas existenciales o luchas internas que se manifiestan con palabras. En lugar de eso es la luz, el color, el sonido, el viento, la expresión facial y la composición de la escena lo que determinan el tono narrativo y moral.
    Y es en esta sobriedad y desnudez, tan típicamente niponas, donde la obra alcanza alturas que llegan a superar al original. Kurosawa expresa de una forma mil veces más descarnada que Shakespeare la crueldad y maldad sobre la que se funda todo imperio, probablemente porque el japonés fue testigo de abismos en el hombre que el inglés no podría  ni haber sospechado, debido a la II Guerra Mundial (bombas atómicas lanzadas sobre ciudades inocentes incluidas). 
    Con Trono de Sangre, Kurosawa vuelve a dar una lección de cine y entendemos porque Tarkovsky lo tenía como uno de sus modelos y maestros. En comparación, otras versiones de MacBeth (incluso la de Orson Welles) parecen meramente académicas.

domingo, 23 de marzo de 2014

Original y Copia II: La Mosca (Kurt Neumann, 1958 - David Cronenberg, 1986)

En la anterior entrega de "Original y Copia" señalé una clara ganadora. En esta ocasión nos encontramos ante dos películas que, pese a parir de la misma base: un relato corto escrito George Langelaan en 1957 para la revista ¡Playboy!, son completa y maravillosamente distintas. Incluso se da la paradoja de que me inclino personalmente por aquella que cinematográficamente es más débil... Como decía Pascal: el corazón tiene razones que la razón no entiende. Intentaré explicarme a continuación.
    La versión más antigua es un claro ejemplo del cine de ciencia ficción de serie B de finales de los 50, con sus motivos recurrentes: las dos caras de la ciencia, que la hace pasar de sueño a pesadilla, la incapacidad del hombre por controlar los resultados de sus propios logros y el peligro de jugar a ser Dios. Nos encontramos en plena guerra fría, con la amenaza nuclear pendiendo sobre nuestras cabezas y la Física es el paradigma de ciencia (en la versión moderna lo será la Biología): se habla de átomos, radiaciones y electromagnetismo. Muchos se ríen de la absurda base científica de la obra. No estoy de acuerdo. En primer lugar porque la película no pretende disertar sobre la posibilidad de un hombre-insecto, sino que lo utiliza para resaltar los resultados monstruosos a los que la aplicación imprudente de nuestros conocimientos nos puede conducir. Me apasiona la ciencia, y en este sentido, la película me interesó de principio a fin. La Mosca no es una obra maestra, ni pretende serlo, lo que yo considero que es su gran virtud. Tengo la impresión, de que su única intención es poner en imágenes lo que Langelaan escribió apenas un año antes, sin más pretensiones, lo que hace de manera admirablemente sencilla y eficaz, cuidando los aspectos intelectuales y, sobre todo, humanos de la historia (inolvidable la escena en la que el científico, en un ballet, al que ha invitado a su esposa, se ausenta de todo lo que ocurre y empieza a desarrollar ecuaciones en un folleto... en esa breve secuencia se resume el comportamiento científico: la frágil frontera entre curiosidad, interés y obsesión, el científico como eterno niño, alejado del mundo "adulto"). Y, lo que no tiene menor mérito, en ningún momento se acerca al gran referente de toda historia sobre hombres-insecto: La Metamorfosis de Kafka.
    La película de Cronenberg sólo se parece a la anterior en el título. El director canadiense es uno de los grandes autores del último cuarto de siglo, con una obra profundamente personal y sorprendentemente sólida, desde Scanners (1981) a Promesas del Este (2007), en la que ha encadenado maravilla tras maravilla. Evidentemente un artista tan personal no se va a limitar a los tópicos de un cine que obedece a un género y a una época muy concretos. Más bien parece que Cronenberg utiliza la historia de Langelaan como excusa para desarrollar su propia obsesión: la carne en todas sus facetas, como deseo, como adicción, como sustancia frágil, degradada; la carne que duele, que muere, que desea, que vive; atrayente y repulsiva al mismo tiempo,... una lectura bastante personal y bizarra de la eterna lucha entre el amor y la muerte, que no da tregua al espectador y que lo somete a secuencias que lo llevan al límite de su aguante. Curiosamente este discurso tan propio lo acerca al referente kafkiano, lo que es otra paradoja. El horror en Cronenberg (y todas sus películas son, en un sentido u otro, horribles) nunca es gratuito, sino que es algo inherente a su visión del mundo; algo que nos podrá gustar más o menos, pero cuya originalidad y autenticidad no podrmos negar. Muchas veces pienso en el canadiense como en un Edgar Allan Poe contemporáneo, un poeta de lo enfermizo.
    Concluyo diciendo que si la primera es una típica película de género, la segunda es una típica película de autor. ¿Esto hace a la segunda mejor? Desde un punto de vista estrictamente "cinematológico" puede que sí. En teoría lo primero que se espera de un artista es que sea personal. Sin embargo en este caso me quedo, por una ligera ventaja, con esa humilde obra sin pretensiones que relata la historia de un científico al que un experimento le sale rana (en este caso, mosca), frente a la obra de un artista complejo y difícil que nos enfrenta con su grotesca cosmovisión. Se me podrá decir que como la primera versión hay muchas películas. Ciertamente la película de Neumann es una película de género, a lo que yo diré que también lo es la de Cronenberg, aunque en este caso el género sea su propia obra. A veces simpatizo más con el humilde director-artesano que se anula en su obra, que con el complicado artista que se sobrepone a ella. Además, siempre encuentro un aliciente en la sutileza, y la primera película logró conmoverme sin ser tan (dicho suavemente) gráfica.

domingo, 16 de marzo de 2014

Original y Copia I: Cape Fear (1962, J. Lee Thompson - 1991, Martin Scorsese)

Lo primero que quiero aclarar es que a menudo decir que la película más antigua es la original y la reciente la copia no es del todo exacto. Es común que ambas sean diferentes versiones de una obra anterior, normalmente un cuento, novela u obra de teatro, por lo que considerar que la primera película en hacerse es más original no tiene ninguna justificación. Incluso se da la circunstancia de que la película más nueva precisamente tenga la intención de reivindicar la obra original, que en la adaptación anterior no se ha respetado. 
    En definitiva, lo que quiero decir es que al hablar de originales y copias debemos matizar e informarnos bien y no ir por el camino fácil de afirmar que la más nueva siempre es una copia de la anterior.
     Bien... ¿Y cual es el caso de Cape Fear? La obra original es una novela de 1957 titulada The Executioners, de John D. MacDonald, lo que nos haría pensar que ambas versiones son hijas, una ciertamente mucho más joven que la otra, de la misma madre. Sin embargo, al comparar las dos versiones, claramente se aprecia que la de Martin Scorsese es descendiente directa de la de 1962, y que su relación con la novela es totalmente tangencial...
     Viendo las dos películas de manera seguida, lo que pienso que es un ejercicio muy interesante y formativo para cualquier cinéfilo, se aprecia una diferencia clara, que es extrapolable al cine "clásico" y al "contemporáneo" en general. 
     La película de 1962 es limpia, concisa, pausada e inteligente. Los actores están maravillosos (especialmente Mitchum, que literalmente es come las escenas), el guión se desarrolla natural e implacablemente, relatando el acercamiento sigiloso e imparable de un auténtico depredador, hacia sus desvalidas víctimas. No sobra ninguna toma, en ningún momento hay prisas o chapuzas. Todas las transiciones son naturales... El director sabe que los mejores platos se cocinan a fuego lento, y que es mucho más aterradora la amenaza sugerida que la manifestada.
    Por contraste, la de Scorsese es atropellada, exagerada y efectista. El histrionismo de los actores incluso la convierte en ocasiones en una comedia involuntaria. En ella se aprecia la mala costumbre del cine más moderno de buscar más que entretener o tensar al respetable, aturdirlo a base de ruido, montaje frenético y la sucesión de clímax tras clímax, lo que al final conduce a un hartazgo infinito. Y no es que sea precisamente reciente, por lo que creo que nos acercamos al cuarto de siglo de despropósito narrativo.
     No todo es malo en la versión de 1991. Scorsese es un buen director, y siempre podemos encontrar algo de interés en sus films. Aunque sólo fuera por los aspectos sociológicos, merece la pena ver la película, y, especialmente, compararla con la anterior. La familia modelo de la primera se ha desestructurado por completo, los papeles y cataduras morales se confunden. El padre ya no es padre, ni el marido es ya marido, como tampoco la niña es niña, etc. Lo moral, tan diáfano en la primera versión, se ha diluido y confundido. Tal vez, si Scorsese se hubiera agarrado con fuerza a este hallazgo hubiera hecho una gran película, profundamente distinta a la primera. Pero inexplicablemente, opta por el camino fácil... Llenar el vacío de su propuesta con ruido, sobreactuación y confusión visual... exactamente como lo haría un mediocre Roland Emmerich o un, aún peor Michael Bay.
     En este caso hay una clara ganadora. La original es una obra maestra, maravillosa, valiente e inolvidable. La "copia" es, siendo indulgentes, mediocre.

jueves, 6 de febrero de 2014

Valhalla Rising (Nicolas Winding Refn, 2009)

Ya he comentado dos películas de Nicolas Winding Refn, Drive (2011) y Sólo Dios Perdona (2013), y de ambas sólo he podido decir cosas buenas. Escribo esta crítica con miedo de resultar repetitivo, pero lo mismo va a ocurrir con la presente.
    Valhalla Rising es una coproducción británica y danesa, anterior al reconocimiento mundial que el director danés obtuvo tras la perfecta Drive. Pero no es ésta con la que guarda un mayor parentesco. Al igual que Sólo Dios Perdona, este film de 2009, es Winding Refn en estado puro, lo que significa que no será del agrado de todos. Incluso sabiendo ésto me sorprende su baja puntuación en IMDB (5,9), hecho que indica lo incomprendido del este director.
    Como la mencionada Sólo Dios Perdona, Valhalla Rising es una película apenas narrativa, sin historia clara, sino más bien una sucesión de imágenes de estructura más musical que literaria... evocativa, no descriptiva. En cualquier otro director, ésto me supondría un enojo y un aburrimiento infinitos, pero el danés es un cineasta con mayúsculas, capaz de hacer de cada secuencia y de cada plano una auténtica obra de arte. 
    Ver esta pelicula fue una experiencia hipnótica, palabra que no es la primera vez que utilizo con el danés. Sin entender del todo lo que se contaba, desde un principio me ví atrapado por su hiperviolenta, al mismo tiempo que hermosísima, atmósfera. Desde luego no es para todos los públicos. Muchos la verán desagradable, confusa, de mal gusto, e incluso absurda.
    Creo que percibí algo de lo que Winding Refn nos quiere decir. Sus reflexiones,o más bien impresiones, sobre Dios, la Naturaleza, el valor, la nobleza,la inocencia y la mezquindad del ser humano. Sobre la crueldad de la vida y lo ambiguo de la moral y de la violencia. El danés tiene una capacidad única para, sin decir nada en concreto ponerme en contacto con lo más básico de mi ser, aquello que nuestra cultura se empeña una y otra vez en reprimir. Todo lo que el Club de la Lucha necesita dos horas para contar, requiere menos de cinco minutos y un diálogo en esta magnífica película.
    Desde mi punto de vista nos encontramos con la obra de unos de los mejores directores en mucho tiempo... una obra coherente, valiente y sincera como pocas. Sólo espero que la incomprensión del público no acabe desalentando al genial danés. Sería una pena... Para todos.











martes, 4 de febrero de 2014

El Lobo de Wall Street (Marin Scorsese, 2013)

Fiel a mi nueva vocación de abogado del diablo me dispongo a bajar un poco una película unánimamente canonizada por crítica y público. 
    Desde su estreno, sólo he leído elogios sobre El Lobo de Wall Street. No negaré sus virtudes evidentes. Es una película divertida, vertiginosa y con poder narrativo y visual. Desde luego admiro esa eterna juventud creativa de Martin Scorsese, que a sus 72 años sigue haciendo películas con la frescura, garra y desparpajo de un talentoso treinteañero con ganas de comerse el mundo, cinematográficamente. Aprecio la honradez creativa de este gran neoyorquino, que nunca parece haber hecho una película sin alma, simplemente para cumplir. Esa capacidad para provocar y escandalizar son admirables en un autor de tan largo recorrido, y desde luego lo sitúa muy por encima de coetáneos suyos como Steven Spielberg o Francis Ford Coppola. Un artista tan fiel a sí mismo sólo puede despertar mi admiración, sobre todo en una industria tan canabalizada por los criterios comerciales y estereotipos como la del cine norteamericano.
    Sin embargo, esta coherencia autoral no es suficiente para hacer una obra maestra. Scorsese deslumbró en sus comienzos con dos joyas absolutas: Taxi Driver y, sobre todo, Toro Salvaje. Ya en sus comienzos mostró su predilección por los personajes oscuros y autodestructivos. Años más tarde rodó uno de los nuestros, una buena película, en mi opinión sobrevalorada. No le quito el mérito de ser un original film sobre mafiosos, lejos de la estela clasicista de El Padrino de Coppola. La película de Scorsese rezumaba cinismo y mala baba, con un humor negrísimo, que anticipaba a Tarantino. Era el reverso del sueño americano, con personajes siempre viviendo al límite, inmorales y contradictorios, movidos por los instintos más primitivos, cuyos ejes existenciales eran el dinero, la violencia, el poder y el sexo (no sé muy bien en qué orden), y con una vida sentimental de verdadera pesadilla. El tratamiento era cínico y cálido, de manera que despertaban incluso más simpatía que repulsión. Por último, desvelaban un Scorsese desatado, de ritmo frenético, casi de video-clip y que ametrallaba al espectador a base de diálogos e imágenes. Todo sucedía tan rápido que el que la veía no tenía descanso, sobre una montaña rusa de continuas subidas y bajadas, hasta la subida y bajada final.
    ¿Por qué tanto hablar de Uno de lo Nuestros? Por que desde entonces, el director parece empeñado en hacer una y otra vez la misma película, cambiando de marco. En Casino, otra supuesta obra maestra, la mafia seguía siendo mafia y Nueva York pasaba a ser Las Vegas. En El Lobo de Wall Street se mantiene Nueva York, pero la mafia se convierte en especuladores financieros , que en cierto modo son la nueva "cosa nostra". Siguen apareciendo las mismas situaciones. Desde el primer momento, supe todo lo que iba a pasar, y no por mi don de profecía, sino porque todo me recordaba a un camino ya andado. El dinero y el triunfo rápido siguen siendo los ejes principales, con la diferencia de que la violencia se ha sustituido por un gran aumento en la dosis de sexo, y por una irrupción masiva de psicótropos.
    La película me divirtió, pero eso no quita que todo me sonara demasiado familiar, y que el tobogán narrativo me agobiara a base de velocidad y ruido. Desde luego, que nadie espere una crítica sólida a la especulación financiera o un análisis profundo de la mente de un tiburón de las finanzas. Scorsese parece más interesado en arrastrarnos en el remolino de sexo, drogas y dinero, sin mayores complicaciones.
    Yo calificaría a El Lobo de Wall Street como una gran comedia, una mezcla entre Uno de los Nuestros y Resacón en Las Vegas. No se si era la intención de Scorsese, pero a mi parecer es su resultado.
    Para todos los deslumbrados con el papel de DiCaprio, simplemente decir que no es lo mismo un histrión que un gran actor. No dudo de que pueda ser ésto último, pero en esta película me saca de mis casillas. ¿Es que no se puede actuar sin tantos gritos y aspavientos? Claro que esto es aplicable al resto del reparto.
    En definitiva una película excesiva en todos sus apectos, en lo bueno y en lo malo, también en su duración.     


sábado, 18 de enero de 2014

La vida de Adele (Abdellatif Kechiche, 2013)

Desde que se estrenó todo han sido parabienes para esta película francesa. Desde luego cumple con todas las condiciones para ser adorada por la crítica. Es hermosa, indaga sobre los sentimientos, es provocadora y tiene su punto de rebeldía y cuestionamiento de lo establecido. 
    Yo, por mi parte, me propongo hacer de abogado del diablo y quiero resaltar lo que no me ha gustado de la obra. ¿A mi juicio, es una película que merece la pena ver? Desde luego. Si tuviera que hacer una lista de cinco películas de este año de obligada visión, ésta sería una. Lo que no voy a hacer es sumarme al carro del elogio incondicional que ha provocado, ya que si percibo en ella grandes virtudes, también grandes defectos, además con el agravante de que estos no se deben a falta de talento, sino más bien a falta de sensibilidad e incluso, me atrevería a decir a cierta mala idea por parte del señor Kechiche. No logro separar una obra de arte de sus aspectos morales, y no me refiero a los que se plantean en ella, sino a aquellos con los que se ha filmado, y tampoco puedo quitarme de la cabeza que, aunque con infinito talento, sensibilidad y belleza, La Vida de Adèle también se ha filmado con espíritu mirón e incluso cierre sadismo. 
    Me explico. La película, que al parecer es una adaptación de una novela gráfica, narra la evolución sentimental de Adele desde que es una adolescente hasta que se convierte en una joven maestra de ventipocos años. En su desarrollo, el factor decisivo es conocer a una estudiante universitaria algunos años mayor que ella con la que establece una apasionada relación.
    Lo que hace especial la película es la forma es que está contada la historia. El señor Kechiche es un genio. Cada plano y cada secuencia es un prodigio de belleza y autenticidad. Con una naturalidad pasmosa le basta un sencillo encuadre para captar matices sentimentales que prácticamente sería imposible poner por palabras. Junto con el talento de su director, el otro gran pilar de la película es la jovencísima actriz Adèle Exarchopoulos, una verdadera fuerza de la naturaleza interpretando, que desprende una autenticidad que pocas veces se ve en el cine, y que se adueña de cada plano en el que aparece, tan verdadera que más que es imposible separar actriz de personaje.
    Entonces, ¿dónde está el problema? Pues que el señor Kechiche se regodea un poco en los aspectos más carnales de la historia. A mi juicio eso no era necesario, y no me tengo por ningún puritano. Shame, de Steve McQueen, me encantó, ha pesar de lo explícito de su propuesta. Pero esa explicitud era precisamente la esencia de su historia: aunque duras e incómodas, cada secuencia debía ser así, porque también era duro e incomodo lo que se nos contaba.
    No ocurre así con la Vida de Adèle. Si lo que se quiere retratar es la historia sentimental de una joven, no creo que haya que cargar tanto las tintas en lo sexual. La primera escena de amor entre las dos protagonistas, viene a durar veinte minutos, y deja muy poco a la imaginación. Sin temor a exagerar es casi pornográfica, y no creo que haya que someter a las actrices a esa tortura. Una de ellas Lèa Seydoux, está destrozada desde el rodaje, y la otra, la joven Adèle, aunque no tan afectada dice que no quiere volver a filmar con Kechiche. Yo creo que todo esto es pasarse de rosca por parte del director, y no tiene mejor argumento que decir que Seydoux es una pija mojigata que quiere llamar la atención.
     Después de haber visto la película, opino que tras esa explicitud hay un verdadero espíritu de mirón e incluso un cierto abuso de poder. Al señor Kechiche no se le puede disculpar por ignorancia, su excepcional talento demuestra que el problema es de intención. 
    Además desequilibra la película. A pesar de su larga duración, unas tres horas, hay muchos aspectos deficientemente desarrollados. Si algunos minutos y neuronas de cómo mostrar con todo lujo de detalles como dos mujeres pueden hacer el amor de todas las posturas posibles, se hubieran dedicado a explicar sus malentendidos y conflictos internos, a lo mejor algunos elementos de la historia un tanto confusos se hubieran aclarado más.
     Con todo, creo que es muy buena película... No sé, me siento un poco bipolar respecto a ella. Desde luego lo que puedo decir es que con directores así, no querría que mi hija fuera actriz. Y también sospecho que si hubiera contado la historia de dos hombres a lo mejor se habría sido más sutil. Supongo que el tener cerebro en el caso del señor Kechiche, no impide que mande la bragueta, y que uno se aproveche de su talento para fines un tanto inconfesables.

jueves, 16 de enero de 2014

The Vanishing (George Sluizer, 1988)

A menudo me pregunto sobre el sentido de este blog: ¿para qué comentar lo que es tan obvio?... Que Kurosawa es un maestro, que El Club de la Lucha es una película genial, etc. Son cosas en las que casi todos los que amamos el cine estamos de acuerdo. Salvo que uno disponga de recursos y posibilidades especiales, al final acaba viendo las mismas películas que los demás, por lo que la sensación de no estar aportando nada es algo que experimento una y otra vez... Ese es uno de los motivos por los que la producción de este blog ha disminuido. De alguna forma, quiero ser una voz disidente, no para llevar la contraria, sino por ser, al menos, mínimamente original, tener un discurso personal y llevar a mis queridos lectores por otros caminos.
    Nada valoro más que las joyas escondidas del cine, películas desconocidas que resultan ser auténticas obras maestras, y que por circunstancias varias no han llegado al gran público. A menudo ocurre que estas películas han influido mucho en otras bastante más exitosas, pero no por eso mejores. Son las auténticas protagonistas de la historia profunda del cine, y ni siquiera han disfrutado del reconocimiento general. Pero, sobre todo, las aprecio porque me ofrecen la posibilidad de compartirlas con vosotros y recomendaros ver películas que probablemente signifiquen tanto para vosotros como para mí, y a las que a lo mejor no habríais llegado.
    Informándome sobre una película que me encanta y que todos conocéis (no diré cuál para no dar pistas sobre la trama de la que aquí comento), oí que una de sus principales influencias era un oscuro film holandés llamado The Vanishing. Desgraciadamente, todo lo que el comentarista  dijo sobre ésta acababa con gran parte de su misterio y la incertidumbre, algunos de sus pilares. A pesar de eso, por respeto a la conocida peli cuyo nombre no quiero decir y por el interés que me despertó la desconocida obra europea, decidí verla.
    Y di con un tesoro escondido. The Vanishing es una obra maestra, redonda, perfecta en cada detalle. La sencillez de su planteamiento no mina la profundidad de su visión. Es uno de esos escasísimos "thrillers" cuyo aspecto más cuidado es el humano. Tiene el encanto del cine europeo, sin los defectos que a menudo lo caracterizan... Tiene naturalidad, honestidad, valentía, minimalista en su puesta en escena... todo ello sin caer en lo artificioso, pedante, y sin exigir al espectador un esfuerzo inhumano de comprensión y tolerancia.
    En eso reside la grandeza de esta maravillosa película: nunca antepone el estilo al contenido... no es un ejercicio masturbatorio de eso que tanto aborrezco llamado "cine de autor", a mi juicio el principal motivo que aleja al espectador del cine de nuestro querido continente.
    The Vanishing es una película adictiva, emocionante, desgarradora, única...  que se clava irreversiblemente en el cerebro del que la ve. Atrapa desde el primer momento al espectador con una absoluta naturalidad. No hay plano que sobre, no hay plano que falte. Todo lo que se ve es lo que hay que ver. Todo lo que se dice es lo que hay que decir. De apenas, una hora y media, probablemente acompañe a su espectador para siempre. Sin ninguna pretensión filosófica es una magnifica reflexión sobre mucho de lo más profundo de nuestra naturaleza. Y lo que constituye el verdadero milagro es que todo esto se logra entreteniendo al público, sin tener que ejercitarse previamente en comprender lo incomprensible y valorar lo insoportable. 
    El gran Alfred Hitchcock, de alguna forma, consagró su carrera a demostrar que el arte y la diversión del público no son incompatibles. The Vanishing es la mejor prueba de este punto de vista, hasta el punto de que, a su lado, las obras del genial británico parecen artificiales, efectistas, previsibles y hollywoodienses. Es duro escribir algo así, pero no es demérito de Hitchcock, uno de mis directores favoritos, sino mérito de esta humilde y escondida coproducción Franco-holandesa, una película única que lleva al espectador por caminos nunca antes recorridos, y que, por desgracia, es muy difícil se vuelvan a recorrer.
    UNA MARAVILLA.