lunes, 9 de septiembre de 2013

Children (Terence Davies, 1976)

Sin ser uno de los directores más conocidos, en mi opinión, Terence Davies es sin duda alguna uno de los grandes cineastas de la historia, digno de contarse entre unos pocos elegidos, como Buñuel, Bresson, Dreyer, Bergmann o Tarkovsky, entre otros.
    Davies es una anomalía en el cine británico, de una alta calidad media, pero convencional y falto de autores realmente originales y con una perspectiva verdaderamente personal.  Gran Bretaña ha dado muchos buenos directores contadores de historias, artistas que trasmiten con eficacia, convicción e, incluso, belleza una buen argumento. Davies es algo más, y eso es lo que lo separa de sus compatriotas. Como los pertenecientes a la breve y excelsa lista que he citado, es dueño de un lenguaje propio, esencialmente cinematográfico y no traducible directamente a ningun otro arte. De estilo sobrio, sosegado, distante y cercano a un tiempo, una breve secuencia suya equivale a un parrafo de Dostoevski. Sus imágenes tienen por sí mismas, sin apenas el apoyo de las palabras, la capacidad de adentrarnos en los grandes misterios de la vida: el amor, el desamor, la soledad, la tristeza, la muerte... Davies nos transporta directamente a ellos de una forma directa, no conceptual, sin palabras, como la música. El cine Davies, y es algo que lo hace casi único, no trata de ideas, sino de sentimientos, en el sentido más profundo y verdadero de la palabra. Asimismo, este gran artista deja al espectador total libertad de interpretación. No juzga ni opina de sus personajes, los retrata. Al contrario que la nueva oleada de directores "intelectuales", como Haneke o Seidl, no es un entomólogo de la naturaleza humana. Aunque se mantenga a distancia, Davies no por eso es frío o desapasionado.
    Children es tristísimo cuento sobre la vida, pero sobre todo sobre la infancia. Normalmente pensamos en nuestra infancia como una época idílica, libre de las preocupaciones y sinsabores de la vida adulta. Sin embargo en esta pequeña joya de apenas 45 minutos, Davies me ha recordado esa otra cara de la infancia en la que casi nunca caemos. El desamparo, el miedo, la incomprensión hacia un mundo que no es el nuestro, ya que está hecho por y para los adultos, la infinita tristeza vivida a esa edad, mucho más terrible por que ni tenemos palabras para trasmitirla ni los que nos rodean nos entienden. 
    Ahora que lo escribo creo que la idea o mejor dicho vivencia que he sacado de este largometraje es que cada niño es una isla, muy delicada y con una inagotable necesidad de protección y comprensión. Queda claro que los grandes cineastas saben hacer mucho más que entretener.