miércoles, 22 de mayo de 2013

Metallica: Some Kind of Monster/Anvil: The Story of Anvil (Joe Berlinger & Bruce Sinofsky/Sacha Gervasi, 2004/2008)

Hay algunas veces que tiene más sentido hacer una critica conjunta de dos películas que dos críticas por separado. No creo que haya mejor ocasión para hacerlo que esta. Metallica y Anvil (por abreviar los nombres) son, al mismo tiempo que películas gemelas, diametralmente diferentes. Ambas son magníficos documentales que tienen como protagonista una banda de heavy-metal, pero son el anverso y el reverso de una misma realidad: el rock (o mejor dicho, la industria discográfica)
          No es exagerado decir que el género documental está experimentando una especie de época dorada. Es frecuente que sean mucho mejores que su homólogas ficticias. La razón parece clara: quién quiere hacer un documental, generalmente, es alguien comprometido con la realidad y con una historia, mientras que muchas veces las películas de ficción solo se hacen pensando en la taquilla. Desde luego no voy a ocultar mi predilección por este género, que muchos consideran aburrido, pero que a mí pocas veces me ha decepcionado.
        Metallica y Anvil pueden parecer productos para aficionados a la música heavy y que poco tienen que decir al resto de nosotros. Nada más lejos de la realidad. Son documentales que diseccionan con una precisión quirúrgica muchos aspectos de la condición humana y de la sociedad.
       Como bien dice su título, Metallica es una especie de monstruo. Probablemente sea la banda de metal más importante de la historia, y no lo digo por sus ventas, sino por la mágnifica calidad de sus cinco primeros discos. Después de eso cayeron en una especie de depresión creativa. Metallica el documental, retrata la grabación de su úndecimo álbum, St. Anger, unos veinte años después de su época gloriosa. Su bajista acaba de abandonar el grupo, porque se siente cercenado creativamente. Lo que queda de la banda es una guerra de egos, especialmente entre el vocalista y guitarra y el batería. El proceso de grabación es poco menos que agónico y claustrofóbico. Nos agobiamos como ellos por la inspiración que no llega, asistimos al proceso de creación de unos músicos para los que la rabia es ya algo cerebral, una pose, y no una cosa que le salga de las vísceras. Ellos son consciente de ello, pero no pueden permitirse para la máquina porque es demasiado grande y mueve demasiado dinero. 
            Anvil es todo lo contrario. Una banda talentosa que sirvió de inspiración para muchas otras que triunfaron, a pesar de que ellos pasaron desapercibidos. Como no pueden dedicarse únicamente a la música, tienen otros trabajos (el vocalista es repartidor de catering). Sus problemas económicos son evidentes y viven en, cuando menos, humildes condiciones. De vez en cuando dan un concierto en algún bar local, donde asisten sus incondicionales, o les sale alguna gira por Europa, donde apenas se les anuncia o se les paga (pierden dinero con la gira). Es muy ilustrativo ver como llegan tarde a un concierto porque pierden el tren o porque no encuentran la calle del local. Sin embargo, no pierden la ilusión por la música y esperan tener la oportunidad de dedicarse a ella por entero y de que se reconozca su talento. Y realmente son buenos... no han perdido nada de sus frescura original y con cincuenta años tienen espíritu adolescente. Más que una banda de rock, son amigos y más que amigos son hermanos, en lo bueno y en lo malo.
          Como decía son documentales magníficos. Pero verlos juntos y compararlos enseña más sobre la condición humana que las obras de Shakespeare. No os los perdáis.

martes, 14 de mayo de 2013

Al Azar, Baltasar (Robert Bresson, 1966)

Son muchos los directores que se llaman artistas. Sin embargo pocos son los que realmente merecen este nombre. Bresson es una de esos dierectores excepcionales que han dignificado el cine, ni más ni menos, convirtiendolo en un arte en igualadad de condiciones respecto a las artes clásicas, al mismo tiempo, o precisamente por eso, que lo dotaba de un lenguaje propio, diferente al de la literatura o el teatro, que tradicionalmente han sido los grandes referentes del cine.
Se abusa mucho de la expresión "poeta de la imagen". Bresson si lo es, y no porque se recree en las imágenes bonitas o sugestivas en un ejercicio de virtuosismo vacío. La técnica de Bresson consiste en desnudamiento. Despoja la imagen de todo lo accesorio ya la deja solo en lo esencial. Bresson nunca nos da un fotograma de más, una secuencia de más, un adorno o diálogo de más.
       Si algo define el arte de Bresson es la esencial. Todo lo que se muestra en la película es necesario, y no puede evitarse la impresión de que no podía contarse de otra manera. De forma que el arte de Bresson llega a ser casi metafísico, en el sentido de que se basa en la necesidad.
        Precisamente gracias a esta austeridad, las películas de Bresson son inigualablemente bellas. Una belleza profundamente humana y sencilla. 
         Pero no penseís que el cine de Bresson es mero continente. Todo sus estilo está al servicio de un objetivo retratar la naturaleza humana. El ser humano de Bresson es frágil, pecador, sufriente, digno de lástima unas vecesy  de rechazo otras, pero, sobre todo una débil caña agitada por el viento. Todo esto lo saber mejor que nadie nuestro protagonista Baltasar, un asno santo, testigo y chivo expiatorio  de todas las maldades humanas, en otras palabras, otro Cristo.
         Nadie debe perderse esta joya.