martes, 14 de mayo de 2013

Al Azar, Baltasar (Robert Bresson, 1966)

Son muchos los directores que se llaman artistas. Sin embargo pocos son los que realmente merecen este nombre. Bresson es una de esos dierectores excepcionales que han dignificado el cine, ni más ni menos, convirtiendolo en un arte en igualadad de condiciones respecto a las artes clásicas, al mismo tiempo, o precisamente por eso, que lo dotaba de un lenguaje propio, diferente al de la literatura o el teatro, que tradicionalmente han sido los grandes referentes del cine.
Se abusa mucho de la expresión "poeta de la imagen". Bresson si lo es, y no porque se recree en las imágenes bonitas o sugestivas en un ejercicio de virtuosismo vacío. La técnica de Bresson consiste en desnudamiento. Despoja la imagen de todo lo accesorio ya la deja solo en lo esencial. Bresson nunca nos da un fotograma de más, una secuencia de más, un adorno o diálogo de más.
       Si algo define el arte de Bresson es la esencial. Todo lo que se muestra en la película es necesario, y no puede evitarse la impresión de que no podía contarse de otra manera. De forma que el arte de Bresson llega a ser casi metafísico, en el sentido de que se basa en la necesidad.
        Precisamente gracias a esta austeridad, las películas de Bresson son inigualablemente bellas. Una belleza profundamente humana y sencilla. 
         Pero no penseís que el cine de Bresson es mero continente. Todo sus estilo está al servicio de un objetivo retratar la naturaleza humana. El ser humano de Bresson es frágil, pecador, sufriente, digno de lástima unas vecesy  de rechazo otras, pero, sobre todo una débil caña agitada por el viento. Todo esto lo saber mejor que nadie nuestro protagonista Baltasar, un asno santo, testigo y chivo expiatorio  de todas las maldades humanas, en otras palabras, otro Cristo.
         Nadie debe perderse esta joya.

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