lunes, 21 de julio de 2014

Post Tenebras Lux (Carlos Reygadas, 2012)

En mi humilde opinión, Post Tenebras Lux es un ejemplo perfecto de la razón del divorcio entre crítica y público en el cine de los últimos años. Cualquier espectador sensato, únicamente verá una ausencia casi total de argumento, un desprecio absoluto por cualquier coherencia narrativa y, en definitiva, un aburridísimo e infumable bodrio que dura dos eternas horas. Sin embargo, el sesudo crítico verá un ejercicio estilístico de un artista muy personal, una exploración de las capacidades expresivas del sétimo arte,... En resumen, una obra maestra, cuyo aprecio está reservada una élite que ha educado sus gusto tras un largo, esotérico y sacrificado ejercicio de iniciación.
    No soy yo quien va a negar la necesidad de educar el gusto. Un espectador joven promedio se sentirá más cerca de una película como Transformers que de cualquiera de la obras de Dreyer, Mizoguchi o Bresson, como simpatizará más con la música de Miley Cyrus que con la de Beethoven. Pero de ahí a intenta hacer que el personal comulgue con ruedas de molino hay un trecho.
    He visto infinidad de películas a lo largo de mi vida, he visto como mi gusto cambiaba de los héroes de acción de los 80 a los grandes maestros del cine. Me considero un espectador educado capaz de apreciar, aunque sea mínimamente el arte cinematográfico, y en esta cosa de Carlos Reygadas sólo he visto un insoportable ejemplo de la típica actitud que caracteriza al arte contemporáneo de: "yo soy el artista, el genio, y no tengo la obligación de explicarme,... eres tú mero y vulgar espectador el que me tiene que entender, aunque lo que diga no sean más que estupideces, o lo primero que me ha venido a mi real y genial gana", lo que consecuencia genera en el espectador "ilustrado" la típica actitud de "no he entendido nada y me he aburrido como una ostra, pero que tengo que convencer a los demás e incluso a mi mismo, de que he asistido a un ejemplo sublime de arte mayor, no sea que quede como un espectador inculto y ordinario".
    Lo siento, señor Reygadas. Durante un hora me esforcé en apreciar su arte. Me esforcé ver en sus interminables planos distorsionados un trascender el lenguaje cinematográfico común, en trocar su ausencia de argumento en un fiel reflejo del carácter caótico, impredecible y misterioso de la vida, en convertir las pésimas actuaciones en naturalidad... Pasado ese tiempo, mi cerebro se cansó de remar contracorriente. Su obra, y utilizo esta palabra como diminutivo de película, cuando normalmente la utilizo como superlativo, es una soberana tontería.
    ¿Cuando los brillantes críticos dejarán de comportarse como los hipócritas súbditos del cuento de Andersen y asegurar que el Emperador viste maravillosamente cuando que es evidente que está desnudo? Con su actitud le están haciendo al cine más daño que las superproducciones que tanto desprecian.