viernes, 6 de abril de 2012

Kramer contra Kramer (Robert Benton, 1979)


A lo largo de la histora del cine hay películas que sin ser grandes obras maestras han dignificado el séptimo arte e incluso su función en la sociedad. Son como esos personajes secundarios, que a menudo olvidamos, pero que le son tan necesarios a las historias como los protagonistas. "Kramer contra Kramer" pertenece a este tipo de películas. Probablemente la historia del cine sería similar si no se hubiera hecho. No aporta ningún recurso nuevo al lenguaje cinematográfico, ni creo que el estilo de ningun gran autor se haya visto influida por su visionado.
          Sin embargo, películas así son necesarias de hacer y, sobre todo, de ver. Más de 30 años después de su realización no ha envejecido, y el problema humano (y tan humano) que relata se sigue percibiendo con la misma exquisitez y honestidad que probablemente apreciaron los espectadores que fueron al cine a verla. Y no es poco esto, en un mundo de obras efímeras como el de hoy.
         La clave de la película está en su guión, que relata la historia de un divorcio y el posterior problema de la custodia de los hijos. Y este tema tan delicado está contado con sensibilidad, sensatez y buen gusto. Huye de la moralina, de la lágrima fácil y del maniqueísmo. Siendo un tema eminentemente emocional, el guionista(que también es su director) ha preferido tratarlo también desde la inteligencia, sin que por eso resulte, ni de lejos fría. Y tal vez en esto estribe el secreto de la buena salud de este film, ya que el sentido común siempre es actual y nunca está de más que nos lo recuerden. Sin alardes estilísticos, la película se mantiene e incluso erige bajo la solidez y honradez de su historia y de su manera de contarla.
       No creo que se trate de una película de obligada visión en las escuelas de cine, ni falta que le hace. Esta película tiene sentido en lugares muchos más importantes y cercanos como colegios, institutos, facultades de psicología y, sobre todo, hogares. Pocas películas conozco tan buenas para medir, cuestionar e, incluso, mejorar la madurez emocional de los espectadores, y para hacernos reflexionar sobre cuestiones que, de tan cotidianas, nunca caemos en ellas.
      Por otro lado, es otro ejemplo perfecto de ese pequeño milagro tan común que  logra el cine norteamericano y que al europeo (con la excepción del británico) parece estar vedado: ehacer una buena película con una historia sencilla contada sencillamente, algo que perfectamente podría estar pasando a un familiar, amigo o compañero nuestro o, sobre todo, a nosotros mismos.
     También una película para custionarnos el tan hispánico como injustificado antiamericanismo, ya que con ella Estados Unidos demuestra que en determinadas cuestiones familiares son, al menos, 30 años más civilizados que nosotros.

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