sábado, 12 de mayo de 2012

El intendente Sansho (Kenji Mizoguchi, 1954)

Mizoguchi es uno de los grandes maestros del cine japonés y del cine mundial. Injustamente desconocido merece un nombre junto a otros grandes como Kurosawa u Ozu. De los tres grandes maestros nipones es el más sensible y humano. Tanto las historias que cuenta como su manera de contarlas se caracterizan por la delicadeza. Sin renunciar a su carácter típicamente japonés, su obra es facilmente asimilable por la mentalidad occidental, especialmente por la universalidad de los temas que trata.
        El intendente Sansho es uno de los más hermosos cantos que el cine ha dedicado a la libertad e igualdad entre los hombres, así como una de las más duras y fuertes denuncias de todo sistema injusto, que anteponga la riqueza o cualquier otro valor material a la dignidad humana. La película narra las desventuras de una familia que por ser fieles a sus principios cae en la desgracia y su lucha por recomponerse y recuperar la dignidad y la libertad perdidas. Asimismo es un duro retrato del Japón del Siglo XII, de su sistema feudal, su esclavitud, torturas, codicia, etc. 
      Si hay algo que caracteriza a los grandes autores es el ser capaces de trascender lo particular para llegar a lo universal, y, aunque Mizoguchi nos esté hablando de un país y un tiempo muy concreto, en todo momento se nos viene a la cabeza todos aquellos regímenes que aplastan y se nutren de sus ciudadanos, todas aquellas personas que sufren simplemente por haber nacido en el tiempo o en lugar equivocado, como el subir y el bajar en la sociedad es más una cuestión de suerte que de mérito, y de qué difícil es ponerse en la piel de los que sufren y hacer algo por ellos.
      También es relato sobre el amor y la familia. Sobre la importancia del buen ejemplo y de no olvidar las buenas enseñanzas recibidas. Sobre la necesidad de mantener la esperanza y la fe en la adversidad, y de que es posible no embrutecerse aún cuando nos traten como animales.
     Como dije antes, como película de Mizoguchi que es, es sensible y delicada, pero no por ello deja de ser profundamente dura y triste. Sin embargo, la tristeza que provoca no es una tristeza estéril, sino una que conmueve y despierta la conciencia. Como en todas las obras de este director que he visto, cada plano y cada secuencia es de una belleza y sutileza exquisita; una belleza tan discreta que a menudo nos olvidamos de que está, pero que nunca falta. Y como en el resto del cine de Mizoguchi, la mujer es el corazón de la historia, y es que probablemente estemos, junto con Dreyer, ante el director que mejor ha sabido penetrar el alma femenina.
     En definitiva, una auténtica maravilla.     

1 comentario:

  1. La crítica como siempre sigue en su nivel, me ha gustado mucho. Pero lo que más me gusta de tus críticas, es la forma de despedirlas, siempre son la guinda del pastel. Me ha encantado tu conclusión final. Y me ha llamado la atención la parte en la que describes como es la vida y la injusticia de la gente que nace en un lugar y época determinada simplemente por azar, y tiene que vivir de esta o aquella manera, es algo que he meditado muchas veces, no por mí, sino por las cosas que pasan en este raro lugar que es la Tierra, y me a hecho gracia que tu hayas llegado a la misma conclusión. Espero con impaciencia la próxima crítica. Hasta entonces!

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