sábado, 5 de enero de 2013

The Master (Paul Thomas Anderson, 2012)

Siempre resulta un poco incómodo dar una opinión sobre una obra canonizada de antemano. Somos seres sociales e inevitablemente lo que en nuestro ambiente se dice sobre cualquier película nos influye, para bien o para mal. En cualquier caso contar con un beneplácito tan intenso como universal creo que es arma de doble filo para cualquier película. En muchos casos nos forzará a que el film nos guste tanto como, en teoría, debería hacerlo, pero en otros la distancia entre lo esperado y lo encontrado nos decepcionará y provocará que juzguemos la obra con más dureza de la debida.
           Me temo que al ver The Master me ha ocurrido lo segundo. Había oído comentarios tan exaltados acerca de esta película que ya me consideraba afortunado por ver una de esas obras monumentales que se dan una vez por década (si se dan)... una experiencia cinematográfica digna del olimpo del cine. Desgraciadamente no ha ocurrido nada de eso. Pero me esforzaré por juzgar la película por lo que es en sí misma, independientemente de la inflada burbuja que los críticos han hecho de ella.
        Pero, ¡ay! Ese es el principal problema. El film no está inflado por los críticos, sino por su propio director y guionista (una doble ocupación siempre peligrosa, pues el talento para contar una historia, no suele ir de la mano para el crearla, al menos en el cine). Paul Thomas Anderson está tan seguro de su capacidad que claramente hace una película pretenciosa, con intenciones más que evidentes de obra maestra y de referente cinematográfico... El problema es que se le nota demasiado. Resulta una película neuróticamente preocupada para que en cada secuencia y en cada diálogo se perciba su genialidad. De forma un tanto suicida, abandona todo atisbo de narrativa clásica, siendo la trama un continuo fluir sin orden, imprevisible y sin sentido alguno. Entiendo la arriesgada apuesta... se trata de reflejar la vida tal cual es. Pero han sido pocos los directores capaces de salir airosos de un reto así (Bresson, Tarkovsky, Malick y pocos más), y me temo que Anderson no está entre ellos. Es un muy buen director , pero le falta esa capacidad poética y esa hondura humana necesaria para hacer películas más parecidas a la música que a la literatura.
         Un aspecto que quería señalar es que si algo se ha destacado de esta película es sus interpretaciones. Desde luego nadie podrá reprochar a Joaquin Phoenix o a Phillip Seymour Hoffmann que no se hayan dejado la piel en sus papeles. Sus interpretaciones son un auténtico "tour de force". Sin embargo, no creo que un elemento deba llamar tanto la atención sobre el conjunto. Puede que las mejores interpretaciones sean aquellas que casi no se perciben  porque forman un todo con la película... (se hizo el actor para la película, y no la película para el actor). Además viendo a ambos, sobre todo a Phoenix, no pude quitarme de la cabeza al Daniel Day-Lewis de There Will Be Blood, lo que me hace sospechar del gusto de Anderson por las interpretaciones (en exceso) intensas.
          En conclusión, sería una estupenda película de no ser tan pretenciosa, el problema es que su pretensión es su propia carta fundacional. Mientras la veía añoraba a dos verdaderos músicos de la imagen como Tarkovsky o Malick, y también sentí que haber elegido Zero Dark Thirty, de Kathryn Bigelow, hubiera sido una mejor decisión. Muchas veces se está más elegante con ropa deportiva que con ropa de etiqueta. Pronto espero decir si acerté en la corazonada.
          ¿Es una mala película? Rotundamente, no. ¿Es una película fallida? Rotundamente, sí. 

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