martes, 28 de abril de 2015

Ran (Akira Kurosawa, 1985)

Nadie da la réplica a un genio como otro, por lo que Shakespeare no ha tenido mejor intérprete, traductor o, incluso se podría decir complemento, en nuestros tiempos que Akira Kurosawa. No hay mejor ejemplo de la universalidad del arte con mayúsculas, que en el fondo no es otra cosa que una manifestación de la universalidad  de la naturaleza humana, que la sintonía entre estos dos creadores, separados por cientos de años, miles de kilómetros y una infinita distancia cultural.
    Junto con la película "Trono de Sangre" (1957) también llamada "El Castillo de la Tela de Araña", "Ran" constituye uno de los más grandes dípticos de la historia del cine. Si la primera estaba inspirada en "Macbeth", la segunda es una, también muy libre, adaptación de "El Rey Lear". 
    Es muy interesante observar la evolución del maestro en esas casi tres decadas que separan las dos obras. Kurosawa fue un maestro absoluto del blanco y negro. Allí donde no podía llegar con el color, lo hacía a través de las texturas visuales, principalmente gracias a su de los elementos naturales: viento, lluvia, niebla. Siempre he pensado que las películas en blanco y negro del genio japonés eran intraducibles al lenguaje cromático. Esa capacidad que sólo tienen los grandes artistas de hacer de la necesidad virtud, me hacía creer que lo que, en un principio podía ser una limitación, acababa por covertirse en una insustituible seña de identidad.
    Tarkovsky fue muy crítico con el paso de Michelangelo Antonioni del blanco y negro al color. Le afeaba el que se hubiera pasado del cine y de la fotografía, de sustituir la esencia por la plasticidad. No me siento capacitado para juzgar esta afirmación de Tarkovsky. El era un poeta del imagen que yo nunca seré, y pese a lo radical de sus planteamientos cinematográficos, que no siempre compartido, siempre me ha llamado la atención que las grandes películas de la historia fueran en blanco y negro. Pareciera que los directores, en el fondo, no supieran hacer uso del color, y que deslumbrados por su belleza intrínseca, sucumbiera a su encanto, poniendo su talento al servicio de lo cromático, en lugar del color a su servicio. La sobriedad del blanco y negro sería una especie de retiro de silencio, donde el cineasta dejaría atrás las apariencias para encontrar la esencia de la imagen; eso que en lenguaje "tarkovskiano" se conoce como "esculpir el tiempo". 
    Son muchas las cosas que podemos decir de "Ran", de nuevo una obra maestra en la incomparable carrera de Kurosawa. Como decíamos, al igual que en "Trono de Sangre", el maestro adapta muy libremente el texto de Shakespeare. Su "infidelidad" a la letra, vuelve a ser el vehículo de la fidelidad al espíritu. Kurosawa no se limita a poner en imágenes la obra del dramaturgo isabelino, sino que asimila la obra, la hace suya y la traslada a su vida y cultura. En este proceso la obra de partida, lejos de quedar mulilada o tergiversada, se potencia y alcanza unos niveles inéditos. Kurosawa vuelve a hacer una adaptación que está infinitamente por encima de las literales, seas de quienes sean, llamense Orson Welles, Kenneth Branagh, Lawrence Olivier o Mel Gibson. Y lo que es más imporante, "Ran" tiene vida propia, más allá del libro que la inspira, pues no depende del texto de Shakespeare, sino de la impronta que éste dejó en el espíritu de Kurosawa.
     Todo lo dicho hasta ahora es evidente para cualquier amante del cine. Como innumerables obras del "sensei", "Ran" tiene un vigor y una belleza del que pocas películas pueden presumir. Kurosawa sigue destacando como investigador de los entresijos del alma humana. Como "Trono de Sangre", la película con la que está, obviamente, más emparentada, es un reflexión sobre la ambición, la crueldad, la venganza y el remordimiento. Pero, sobre todo lo es sobre lo efímero de todo poder humano, y de cuán facilmente se rompen los lazos, aún los más sagrados, y se comenten los peores crímenes cuando un individuo se siente "autorizado" a ello. "Como en el Castillo de la Araña" se retrata al poder como algo adictivo, destructivo y autodestructivo, y que necesitando de violencia para alcanzarse más violencia necesita para mantenerse.
    Pero quiero centrarme en el color. Al fin y al cabo la gran ventaja del cine sobre la literatura es que cuenta con la luz. Y, en ese sentido, "Ran" es una experiencia cromática única. A diferencia de la mayoría de los directores,  Kurosawa no trata el color no es un elemento de la imagen, sino de la propia historia. En otras palabras, es un personaje más, con un papel y una personalidad tan definidas como el resto. La película es todo un festín para los ojos, pero al contrario de lo habitual, como en "Bailando con Lobos", donde cada paisaje o atardecer, filmados de manera impecable, parecían pensados para levantar "¡Oooooohs!" entre el respetable, en la película japonesa lo cromático es más un elemento expresivo que plástico. Kurosawa define de una manera inédita el uso cinematográfico del color frente a su uso fotográfico, algo que, en mi opinión, Tarkovsky aprobaría de manera absoluta. El "sensei" tardó en llegar al color "Barbarroja" (1965) era aún una obra el blanco y negro, y su primera película en color, "Dodesukaden" es de 1970. Sin embargo, cuando dio el paso lo hizo con un gusto, sabiduría y voluntad narrativas como ningún otro director
    Hablando de luz, también quiero comparar esta obra, que muy bien podríamos llamar crepuscular, pues Kurosawa la rodó con 75 años, con la de su madurez, allá por los años 50, donde impresionaba una año sí y otro también al mundo entero encadenando obras maestras como "Rashomon" (1950), "Vivir" (1952),  "Los Siete Samuráis" (1957), la mencionada "Trono de Sangre" o "Yojimbo" (1961). Si en las obras de su "mediodía" destaca la fuerza y convicción, en su "atardecer" descubrimos, sin perder esta energía, una sutileza, belleza, profundidad y espiritualidad nuevas. La luz tenue, una vez se ha adaptado el ojo, facilita la visión porque potencia los contrastes.
    No quiero terminar sin, al menos nombrar a Tatsuya Nakaday, uno de los mejores actores más de la historia del cine, maravilloso como protagonista en su papel de Hidetora, el viejo patriarca del clan venido a menos, como ya lo estuvo en "Hara-Kiri" (1962), una obra maestra absoluta de Masaki Kobayashi, imperdonablemente ausente de este humilde blog, desagravio que tengo intención de compensar pronto.

1 comentario:

  1. muy interesante review! solo quiero hacer tres apuntes:
    1) no creo que el "esculpir en el tiempo" de tarkovsky pueda aplicarse tan facilmente a la dimensión chromatica. al fin y al cabo habla del trato del tiempo que recibe un film a través del montaje y también a través de la relación imagen-sonido, puesto que comparten la misma dirección en el tiempo. la dimension chromatica va independiente de esto, aunque sí se podría argumentar que tiene una función de dirigir el ojo y de contar algo y de esta forma entra también en lo que es el flujo temporal de los imagenes. pero mi propria aserción me resulta algo peregrino...
    2) no estoy de acuerdo que las versiones shakespearianas de orson welles se puedan llamar literales. por varias razones hizo autenticas carnicerias con el texto. por uno por restricciones del medio y por otro por imponer su visión por encima de la obra original. el medio film abre otras oportunidades en como ordenar los acontecimientos en el tiempo que lo que impone una representación en escenario. su "othello" es un buen ejemplo para como welles se tomó la libertad de poner por encima del texto original el flujo de sus imagenes por lo cual recortaba el texto, cambiaba párafos e incluso escenas de sitio, combinaba texto de diferentes escenas y personajes, todo según como le parecia util para conseguir su visión. y su "macbeth" es un buen ejemplo de como las restricciones del medio, puesto que se trataba de una producción televisiva, se impusieron sobre la duración de la obra (y también sobre el diseño de la producción, la manera en la que llenaba el encuadre 4:3, buscando planos más cercanos que funcionaban mejor en un televisor que en una tela de cine). las obras de welles (no sólo su versiones de shakespeare) eran en gran parte un proceso de encontrar un término medio entre visión y medios a su disposición para poder realizarla. esto en combinación con su ego inmenso resultó en obras que llevan integrado un discurso sobre el proceso de su proprio génesis y de esta forma constituyen en algunos casos ejemplos incluso proto-posmodernos.
    3) muy interesantes tus pensamientos sobre el paso de trabajar en blanco y negoro a filmar en color. no sé si existe un estudio sobre este fenómeno incluyendo un mayor número de directores, pero sin duda sería interesante saber más sobre esto. siempre me llamaba la atención este 'switch' en la obra de bergman y de tarkovsky, y ultimamente también en la de bresson. este último rodó en color desde el 1968/9 ("une femme douce"), casí al igual que kurosawa, preo realmente me llama la atención "lancelot du lac" del '74 con su uso expresionista del color verde, creando una atmosfera casi mística dentro de esa obra más bien atea, así creando una tensión entre diferentes entidades narrativas (a parte de contexto y color, el sonido siendo otro integrante central narrativo).

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