domingo, 19 de abril de 2015

Breaking Bad (Vince Gilligan, 2008-2013)

De alguna manera es tentador establecer correspondencias entre los géneros o mejor dicho medios audiovisuales y las categorías literarias. Podríamos decir que el equivalente al cuento es el cortometraje, donde la clave está en la situación y en lo chocante de ella, en dónde el desarrollo de los personajes es mínimo, siendo casi meros figurantes. Al largometraje le correspondería el teatro (y me refiero únicamente al libreto). Aquí los personajes ya llegan a desarrollarse, pero de una manera arquetípica como modelos, y la situación puede compararse a un breve ensayo moral, existencial o de cualquier otro tipo. 
    Uno de los grandes problemas del cine ha sido la adaptación de los grandes relatos literarios, lo que conocemos como novelas. Eso no impide que se hayan hecho adaptaciones buenas o muy buenas de novelas, a veces, incluso, superiores al libro original. Sin embargo, el precio a pagar era siempre el mismo, una notable reducción en lo complejidad y desarrollo de los personajes y de las tramas. ¿Es posible reducir el "Quijote" a dos horas? ¿Acaso a cuatro? De ninguna manera. El tiempo disponible era una barrera imposible de superar, incluso por el más talentoso de los directores o guionistas. El resultado siempre era un destilado, una visión parcial de las muchas posibles de la obra original.
      Pero esta entrada no va sobre adaptaciones. Simplemente quería ilustrar que la complejidad, lo monumental de la gran narración es imposible de trasladar al cine. Ni las duraciones exageradas ni los gastos inmensos podía compensarlo. En definitiva, el cine no podía ser jamás el correspondiente audiovisual de la gran novela, haciendo hincapié en lo de "gran".
    Y ocurrió el milagro. La cadena de pago estadounidense HBO, se atrevió a construir series complejas, exigentes para los realizadores y espectadores. Se dijo de "Los Soprano" que dejaba en superficial arañazo sobre la esencia de la "cosa nostra" nada menos que a la saga de "El Padrino". Artísticamente, las películas de Coppola (las dos primeras) están años luz por encima de la serie y en cada minuto de estás hay más sustancia que en un capítulo completo de la serie. Supongo que como buen aficionado al cine, miraba de manera un tanto condescendiente y recelosa esta nueva "seriefilia" que tan de moda se había puesto. Tuve la suerte de ver, antes de "Los Soprano", la serie "The Wire", ya que de otra manera me habría reforzado en mis prejuicios. 
   "The Wire" es una obra maestra absoluta. Un impresionante fresco sobre casi todos los aspectos de la sociedad desarrollada actual: el crimen, el periodismo, la política, la educación. Su duración permitía el tratamiento de la historia de una manera sencillamente imposible en el cine. Los personajes eran complejos, ambiguos, tridimensionales, parecían vivos. No sobraba ni un sólo minuto en su metraje (¿es correcta esta expresión cuando hablamos de televisión?). Su autor, un corresponsal de sucesos en Baltimore, había plasmado en esta serie todo lo que había visto y aprendido en años de trabajo. Se dijo que era la equivalente contemporánea a una novela de Balzac, y estoy de acuerdo. 
      Sin embargo, ilusionado me dispuse a ver "Los Soprano" y desilusionado me cansé de verla ya en la primera temporada. Y llegó "Breaking Bad", el equivalente televisivo a "El Quijote", si hablamos de libros o a la "Novena Sinfonía" si lo hacemos de música. Frente a la ya sobresaliente "The Wire", "Breaking Bad" traslada la trama de lo exterior lo interior. Si la primera es, como decíamos, un gran mural sobre el mundo en el que vivimos, la segunda, en el fondo no es otra cosa que la odisea interna de un gris y frustrado, al mismo tiempo que brillantísimo, profesor de Química en un instituto, que a duras penas es capaz de sacar adelanta a su familia, y que, tras serle diagnosticado, un cáncer de pulmón de muy mal pronóstico, no concibe otra salida que aplicar sus conocimientos científicos para "cocinar" metanfetaminas, y así poder pagar las facturas médicas, al mismo tiempo que dejarle algo de dinero a los suyos.
    Da la impresión de que cualquiera que hubiera sido el punto de partida argumental, la serie hubiera sido igualmente buena. Sus creadores vieron desde el principio que la clave estaba en los personajes. "Breaking Bad" es un maravilloso fresco sobre la condición humana y sobre todas las contradicciones que nos pueblan. En ella es prácticamente imposible hablar de buenos o malos. Tan importante, o, incluso, más importante que el qué se hace es el por qué se hace. "Breaking Bad" esta poblada de una interminable galería de personajes implacables, fuertes, entrañables, vulnerables, brillantes u obtusos. La grandeza de la serie es que cada adjetivo no corresponde a cada uno de los protagonistas, sino que todos corresponden a todos, si bien en proporciones diferentes. Probablemente nos encontremos ante la mayor y mejor indagación moral y existencial que se ha hecho sobre la condición humana en las últimas décadas. Lo que en mi opinión la convierte en la mejor obra literaria en muchos años.
    Pero la grandeza de la obra no sólo está en sus personajes. El desarrollo de las situaciones es impecable. Al contrario que otras series, que recurren al efectismo "de libro" para "enganchar" al respetable, como matar al protagonista o dejar las temporadas y capítulos inconclusos (me vienen a la cabeza "Juego de Tronos" y "Hannibal"), en "Breaking Bad" los caminos desconocidos no se toman para desconcertar a la audiencia, sino porque la propia vida es así: imprevisible, azarosa, absurda. No es casual que el nombre "artístico" del protagonista sea el de "Heisenberg", el padre del "Principio de Incertidumbre".
     En una serie, al menos para mí, no es tan fácil definir la autoría. En el cine, por convención (en mi opinión discutible) se le achaca al director. Aquí se le ha adjudicado a Vince Gilligan, el principal responsable del libreto y creador de los personajes. Sin ninguna duda, una de las claves de su éxito, es que, ya en un principio, el guión, en sus líneas maestras ya estaba definido cuando se presentó a la productora. Puede que en televisión el saber de antemano, aunque sea a grandes rasgos, adónde se quiere llegar antes de salir, sea incluso más importante que en el cine. En caso contrario se corre el riesgo de padecer el efecto "Perdidos"; o, en otras palabras, el fiasco de complicar y alargar innecesariamente el argumento porque, al mismo tiempo que se quiere mantener la audiencia, no se tiene ni la menor idea de dónde se quiere acabar o de cómo cerrar la historia, que, como muchas veces he afirmado, es lo más difícil de toda buena narración.
     Otro mérito no menor de "Breaking Bad" es que seduce por completo sin necesidad del recurso fácil a la violencia o al sexo, tan típico en las series de la cadena HBO, desde "The Wire" a "True Detective", pasando por "Juego de Tronos". Este atajo no sólo no ennoblece el producto, sino que lo envilece y hace que lo accesorio distraiga de lo esencial.
     Lo más sorprendente es que a partir de un secundario de la serie, Gilligan a creado otra, "Better Call Saul", que pinta, al menos, tan bien, como la primera. No se puede hablar de un producto hasta que está acabada, pero si esta segunda serie cumple lo que su primera temporada promete, toda parece indicar que nuestro Shakespeare o Cervantes contemporáneo se dedica a la televisión. La conocida hasta hace poco como "caja tonta".

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