miércoles, 15 de abril de 2015

Los Comulgantes (1963, Ingmar Bergman)

En una pequeña parroquia de pueblo, en Suecia, un pastor protestante celebra misa. En la liturgia participan un hombre de negocios, una anciana, una mujer más joven, una humilde pareja, el devoto y discapacitado sacristán, y el aburrido y distraído organista. Así comienza, la que, a mi juicio es la más sobresaliente película de la impresionante y extensísima carrera del director sueco. Inexplicablemente, también es una de las más desconocidas y ninguneadas.
    Tal vez esto último no sea tan incomprensible cómo, tan a la ligera, e afirmado antes. "Los Comulgantes" no es una película sencilla de ver. En su realización, Bergman redujo el cine a su misma expresión. Se trata de una película sin apenas personajes y escenarios; sin apenas acción, pues casi sucede a tiempo real. 
    Pero este vacío de "Los Comulgantes" es todo menos vacío. Todo lo que es exteriormente sustraído a lo narrado es esencialmente una potenciación de sus elementos internos. No es una película que narre hechos, sino una obra que expresa y comunica al espectador un estado de ánimo. En este sentido, Bergman parece haber asimilado las lecciones de Bresson y llevarlas hasta sus últimas consecuencias. Despojada la puesta en escena y el guión de todo lo superfluo o todo lo que pueda distraer, obliga al espectador a enfrentarse sin descanso ni defensas al despiadado ejercicio de "Entomología Humana" a la que Bergman somete a sus personajes y, por extensión, a nosotros.
También hay una belleza única en la manera en que el tiempo queda suspendido en la narración. En esta obra, el tiempo no es algo externo, una especie de marco de los acontecimientos, sino algo interno a la propia alma humana, en la que los minutos se pueden transformar en horas, o un día puede reducirse a la nada, según el estado de ánimo o las perspectivas de los personajes.
"Los Comulgantes" es una de las obras esenciales de la historia del cine. Dura y sin concesiones, desasosegante durante y tras su visión, nos coloca frente a nuestras miserias e hipocresías, de una manera fría, calmada, y por eso mucho más terrible y dolorosa.
La película de Bergman muy bien podría definirse como el reverso tenebroso de la de Bresson a la que dedicamos nuestra última entrada. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario