sábado, 8 de septiembre de 2012

There will be blood (Paul Thomas Anderson, 2007)

El año de sus estreno, There will be blood, traducida horriblemente en España como Pozos de ambición (El título original vendría a significar Correrá la sangre), dejo con la boca abierta a crítica y público.
       There will be blood es una poderosa película sobre el odio, el desprecio y la ambición como motores de la vida. Su protagonista (soberbiamente encarnado por Daniel Day-Lewis) es uno de los más estremecedores personajes que se han visto en la gran pantalla en los últimos años. Tan odioso y repugnante, como a veces indefenso y débil, es el centro de una historia, dura y sin concesiones, sobre la hipocresía y el materialismo como impulsores del progreso.
       Esta película deja en tan mal lugar al hombre como individuo como a la humanidad como comunidad. Asistimos impotentes al despliegue de los instintos más bajos para conseguir lo que se quiere y todas sus herramientas acompañantes (la mentira, la dominación, etc...). De la mano de su protagonista atravesamos un oscurísimo bosque de pasiones humanas, deseando, cómo él, encontrar algún claro por el que ver la luz; pero toda luz se desvanece, vencidas por la verdad o el orgullo.
      Pocas películas recientes recuerdo que hayan buceado tan profundamente en los abismos del alma humana y hayan presentado a un personaje tan complejo y poliédrico.
      La dirección de Paul Thomas Anderson es un prodigio de vigor y de contundencia. Demuestra una talento sobresaliente en las secuencias iniciales, donde apenas hay diálogos y todo debe narrarse con imágenes, el "Tour de Force" de cualquier director.
    Una película que lo tenía todo para ser una obra maestra y convertirse en un clásico incuestionable... así, como decíamos, la consideró buena parte de la critica. Sin embargo no puedo estar de acuerdo. Soy el primero en reconocer los méritos de esta estupenda película. Pero si algo caracteriza al gran cine es la sensación de una estamos ante una obra unitaria y coherente, pulida para que ningún elemento chirríe. Y es aquí donde falla There will be blood. Tras dos horas ejemplares que la hubieran situado en el olimpo de Hollywood, esta película da un brusco viraje y se convierte en una caricatura de sí misma donde el elemento predominante es un humor negrísimo. Acabamos con la sensación de que la película que hemos terminado viendo es muy diferente a la que empezó. 
    La gran baza de Paul Thomas Anderson era la seriedad y profundidad de su propuesta. Parece que le entró pánico ante tanta trascendencia y optó por reírse de su propia criatura. Una pena, el tono adecuado era el primero. Incluso el descomunal Daniel Day-Lewis acaba deslizándose por el tobogán de la sobre-actuación. Una pena.
     ¿Muy buena película? Desde luego. ¿Obra maestra? Me temo que no.

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