lunes, 3 de septiembre de 2012

La mujer crucificada (Kenji Mizoguchi, 1954)


Probablemente no sea muy arriesgado decir que Kenji Mizoguchi, el menos conocido de los grandes maestros japoneses (por supuesto mucho menos que Kurosawa, e incluso más desconocido que Ozu) es el más grande de los tres, así como el más sutil y discreto. Sólo conservamos una pequeña parte de lo que rodó (lo que sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial), pero es lo suficiente como para considerarlo uno de los grandes directores de todos los tiempos. Suya es una película de una belleza incomparable, Cuentos de la Luna Pálida, que espero tener la oportunidad de comentar algún día.
       Me gusta comparar los estilos de Kurosawa y de Mizoguchi. Aunque tienen en común el haber sido muy influidos por el cine occidental (influencia nula en Ozu), son directores diametralmente distintos. Kurosawa es el gran narrador de lo masculino: las batallas, el honor, la espada, los samuráis, la aventura,… Mientras que Mizoguchi es el gran exponente de lo femenino: la dulzura, la delicadeza, la capacidad de amar, el sacrificio… Probablemente algún lector no esté de acuerdo con este punto… espero que me perdone por utilizar unos arquetipos para exponer mis ideas. Soy consciente de que son una simplificación, pero creo que ayudan a expresar las diferencias entre uno y otros. Dicen que las comparaciones son odiosas, y ésta es una sentencia del Quijote que no acabo de entender. Creo que las comparaciones pueden resultar poco diplomáticas, pero son necesarias en cualquier argumento. Yo desde luego lo tengo claro, me quedo con Mizoguchi, a pesar de que me encante Kurosawa. Ambos tienen su propia antropología, y prefiero la del primero… Se  centra en los mejores y más hermosos aspectos de la humanidad, los encarnado por el arquetipo femenino.
Por otro lado el cine de Mizoguchi es un prodigio de sencillez. Este hombre que parece no dirigir, sino simplemente ser un testigo de una sensibilidad exquisita, logra que te olvides por completo de que estás viendo una película y te sumerge en la vida por completo en la vida interna de sus personajes. Creo que no hay nada más difícil y meritorio: que el creador desaparezca para que sus criaturas tomen vida, y Mizoguchi lo hace con una facilidad incomparable.
     Todo lo que digo de Mizoguchi es aplicable a la película que aquí nos ocupa, punto por punto. Es un prodigio de sencillez, belleza, verdad, amor y humanidad. Una auténtica obra maestra que te llega hasta lo más profundo del alma. Pero lo más impresionante es que tengo la sensación de que estamos ante una obra menor de este inmenso artista. Imaginaos como deben ser sus mejores películas.
       No puedo evitar extrañarme ante los que consideran a Almodóvar el gran director de lo femenino. Creo que el cine de Almodóvar ( que ha tenido sus buenos momentos) es ante todo pose… no tiene esencia, ni alma… es un conjunto de tópicos con los que ir de posmoderno. Propongo al espectador que lo compare con el de Mizoguchi: la diferencia es infinita.

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