domingo, 10 de mayo de 2015

Fresas Salvajes (Ingmar Bergman, 1957)

De nuevo nos encontramos ante una de las diez películas favoritas de nuestro admirado y querido Andrei Tarkovsky, y de nuevo nos encontramos ante una película de Ingmar Bergman. El director sueco fue el único en colocar nada menos que tres películas en esta exclusiva lista, lo que sí que es un verdadero "hat trick".
     La filmografía de Bergman es realmente impresionante. Desde 1944, año en que fimó "Tortura", hasta 2003, cuando estrenó "Saraband", el director sueco rodó ¡más de 60 películas!, de una calidad media más que notable. Es cierto que no todas son obras maestras, pero, sin lugar a dudas, podemos afirmar que, salvo tres o cuatro excepciones, todas sus películas son de calidad y tienen bastante que ofrecer al espectador. 
    En este sentido, es muy interesante la comparación de la carrera del director sueco, con la del director danés Carl Theodor Dreyer. Habitualmente, agrupados bajo la misma categoría, en ellos sólo veo en común su genialidad, el ser nórdicos y el que sus películas (al menos la gran mayoría) sean en blanco y negro. Supongo que estas tres características comunes son suficientes, según muchos, para emparentarlos, e, incluso, según otros, para hablar de una relación maestro-discípulo entre Dreyer y Bergman. Sinceramente, lo dudo, pues son autores muy diferentes, con planteamientos muy distintos sobre el cinematógrafo. 
     Dreyer, al contrario que Bergman, no fue un director prolífico. En 40 años rodó poco más de media docena de películas, cada uno de ellas una obra maestra. Aún dotado de un talento visual incomparable, nunca fue un autor experimental. Ante todo, el se consideró un contador de historias, alguien con el deber y el compromiso de hacer reflexionar al público sobre la naturaleza del hombre y con una fuerte tendencia hacia lo trascendental, pues la mayoría de sus películas son profundamente religiosas. Evidentemente, esto contrasta con la forma de entender el cine de Bergman, un director increíblemente prolífico, agnóstico, experimental y bastante más escéptico a la hora de entender o plantear la naturaleza del ser humano. Aún siendo inexacta,  se podría recurrir a la analogía de que Dreyer es el equivalente cinematográfico de Beethoven, con pocas creaciones, pero cada una de ellas una cumbre del arte, y con un fuerte sentido de la misión del artista como alguien con el deber de potenciar mediante su arte lo mejor de sus semejantes, y de que Bergman lo sería de Mozart, alguien de una creatividad exhuberante, capaz de tocar todos los estilos y géneros, y que ve su arte, principalmente, como un medio de expresión personal.
     Curiosamente, de todas las películas de Bergman, puede que "Fresas Salvajes"  sea la más "dreyeriana". El ADN del autor es perfectamente reconocible en cada secuencia, pero la película tiene un "clasicismo", en el mejor sentido de la palabra, que la hace única en la dilatada carrera de su director. Probablemente sea la película más hermosa y equilibrada del autor sueco; la más humana, cercana e inteligigle; un ejemplo de equilibrio entre, como decíamos antes, clasicismo y vanguardia, entre el cine como búsqueda de nuevos recursos narrativos y el cine como contar una historia. 
      El talento de Bergman brilla especialmente en su tratamiento del tiempo, cuando mezcla presente y futuro, en su tratamiento del estado de conciencia, al difuminar la barrera entre vigilia y ensoñación y a la hora de narrar las pesadillas: donde otros directores recurren a los colores, los sonidos y la luces estroboscópica (véase Alfred Hitchcock en "Vértigo"), en lo que parece más la representación de un viaje psicodélico que un sueño, el sueco lo hace de una manera mucho más sultil, efectiva y lograda, mediante la perspectiva, la iluminación y la falta de concordancia entre causa y consecuencia.
     "Fresas Salvajes" es una de las mejores y más hermosas películas de la historia del cine. Una sobria y maravillosa indagación sobre la vida  y, en particular, el paso del tiempo, con todos sus sueños rotos. Para todo aquél que quiera iniciarse en el trabajo del maestro sueco, "Fresas Salvajes" es el mejor principio.



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