martes, 19 de mayo de 2015

Cuentos de la Luna Pálida (Kenji Mizoguchi, 1953)

"Cuentos de la Luna Pálida" es una de las películas más hermosas jamás rodadas. Como el resto de la obra de Mizoguchi es una exquisita indagación en el interior del alma femenina. Ningún otro director ha tenido la sensibilidad del japonés para captar la profundidad y la grandeza de la mujer. Frente a los personajes masculinos, a menudo estúpidos, ambiciosos, crueles e infantiles, Mizoguchi contrapone la generosidad, grandeza, compasión, humildad y capacidad de amor y perdón de sus, podríamos decir, heroínas. Muchos podrían decir que se trata de una idealización de la mujer. Evidentemente, el propio Mizoguchi sería consciente de que es una simplificación, y de que ni todos los hombres son tan "malos", ni todas las mujeres tan "buenas". Una vez leí que todas las grandes frases, y la literatura y la filosofía, especialmente, están llenas de ellas son verdaderas en su fulgor y falsas en su exageración. Creo que algo así se puede decir de Mizoguchi. Aún tratándose de una simplificación e idealización, hay algo profundamente cierto en su postura, frente a los grandes ideales "masculinos", que ha menudo han llevado a la guerra y la destrucción, la capacidad de la mujer de valorar lo concreto, lo cotidiano, la vida en sus pequeños detalles, la hacen, en general mejor ser humano. La mujer sería esa mayoría silenciosa, de la que nunca se habla en los libros de historia, pero que realmente es la que mantiene el mundo en orden. Da la impresión de que las mujeres muy bien podría vivir sin hombres, mientras que éstos si que las necesitan. Frente al recibir típicamente masculino estaría el dar típicamente femenino.
    Siempre he visto a Mizoguchi y Kurosawa, dos de mis directores favoritos, como las dos caras de una misma moneda. Si Kurosawa representa la vertiente masculina de la cultura japonesa, con su fuerza, energía y determinación, con sus películas pobladas de guerreros, ronins y señores feudales, Mizoguchi representa lo femenino, con sus historias sutiles, llenas de sensibilidad, compasión y generosidad. Son dos aproximaciones, basadas en arquetipos distintos, a la naturaleza humana tan llenas de talento y genialidad como complementarias.
    Pero, aún siendo importante, no es esta la mayor virtud de la película de Mizoguchi. Lo que la hace única es su capacidad de sugestión y de evocación. Más que un poema o un cuento, "Cuentos de la Luna Pálida" es, directamente, un sueño filmado, de una capacidad hipnótica incomparable. Al maestro japonés le bastan algunos cambios de iluminación o una sutil variación en el ritmo, para cambiar por completo la atmósfera de la historia y llevar, tanto a los personajes como al espectador, a otro mundo. Pocas películas justifican el cine como gran arte como ésta.
    Maravillosa.
    Imprescindible.  

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