martes, 26 de noviembre de 2013

La Mejor Oferta (Giuseppe Tornatore, 2013)

La Mejor Oferta es una película que empieza magistralmente, se desarrolla con creciente torpeza y acaba resultando realmente enojosa. Sin ser una mala, no deja de ser del montón, algo perdonable en otras, pero no en un film con tantas pretensiones artísticas. 
    A veces me cuesta entender el criterio de la mayoría de los expertos. Aclamada en el festival de Berlin y festejada por el cada vez más incomprensible crítico Carlos Boyero (a partir de ahora veré lo contrario de lo que recomienda) como lo mejor del cine de estos años y (¡con espíritu profético!) de los venideros, me resulta un clarísimo ejemplo de como tener talento visual no es suficiente para ser un buen director.
    Y, ¡sí! estoy enfadado con Giuseppe Tornatore por hacer maravillosamente lo más difícil y meter la pata hasta el fondo en lo más fácil. Tornatore es un esteta puro (y lo digo en el buen sentido de la palabra), y alguien con una destreza innata  para comunicar con imágenes. Le bastan quince minutos sin apenas diálogos para crear un personaje, una atmósfera y una historia tan inquietantes como apasionantes. En este tiempo tenemos la sensación de que vamos a asistir a una obra maestra, algo parecido a lo que sintieron los primeros espectadores de Vértigo o Psicosis (la referencia a Hitchcock no es gratuita, pues me sorprendí pensando que Tornatore se aunaban el maestro inglés y Visconti). Sin embargo, ¡ay!, mi emoción se fue disipando conforme pasaban los minutos.
    Al director italiano le faltan inteligencia o valor para narrar. No pudo evitar andar por senderos ya muy trillados, pues prometiendo  ser distinta, la película acaba siendo igual a una de tantas... Podría haber alcanzado fácilmente la excelencia si hubiera evitado que todo fuera tan predecible (falta de inteligencia narrativa), o bien siendo más honesto y descarnado al describir los sentimientos de los personajes (falta de valor)... mejor aún, haciendo las dos cosas.
    Creo que a Tornatore le pasa como a Spielberg. Ambos son buenos directores, pero parecen tener un miedo enfermizo a desagradar al respetable y una insoportable tendencia a lo empalagoso y políticamente correcto: cuando son valientes y toman decisiones arriesgadas, reculan, y, queriendo contentar a todo el mundo, no contentan a nadie. Desde luego, esto es un decir, porque habida cuenta de lo bien que se recibió en Berlín y de la puntuación tan alta y las críticas tan buenas que he encontrado en IMDb, no puedo sostener lo último.
    A mí desde luego, no me ha gustado. 
    Curiosamente, la mejor expresión que se me ocurre para describir esta película que trata sobre el arte, sus falsificaciones, etc, es la de bisutería de lujo.
    Destacar la maravillosa interpretación de Geoffrey Rush, durante toda la película, y la de Sylvia Hoeks, mientras sólo nos muestra a su personaje telefónicamente. Si la hubiera visto doblada ni siquiera me quedaría este consuelo.

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